Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¡Estamos en guerra! (cultural)

Opinión
'¡Estamos en guerra! (cultural)'
Krisis'20

El populismo ha triunfado en la cuna del capitalismo. Con esta afirmación tajante saludó la ‘biblia’ de la prensa económica al 45º presidente electo de la primera potencia mundial. Era noviembre de 2016. "Donald Trump hace temblar el orden liberal de posguerra", tituló el ‘Financial Times’. Cuatro años más tarde, Trump está a punto de perder la Casa Blanca, pero su estilo y su acción política van a tardar mucho tiempo en desaparecer a pesar de que su deprimente herencia es una sociedad profundamente dividida y un entorno internacional inestable.

El trumpismo persistirá porque, como le ocurrió a Ronald Reagan en los años ochenta, se ha consolidado como una corriente poderosa dentro de las llamadas ‘guerras culturales’, esas batallas teóricas que el sociólogo James Davison Hunter bautizó en 1991 para explicar cómo una sociedad se polariza en torno a una serie de líneas ideológicas, ya sea el control de las armas, el aborto, el discurso de género o el lenguaje políticamente correcto.

El agitado mandato de millonario neoyorquino y su legado, la multiplicación de líderes populistas y autoritarios o la encarnizada polarización de los ingleses por el ‘brexit’ son un reflejo de estas guerras culturales que abren un cisma en torno a la solidaridad en muchas sociedades occidentales: entre el interior de los países y la costa, entre el norte y el sur, entre hombres y mujeres, entre jóvenes y mayores, entre la ciudad y el campo, entre el conflicto y la cooperación, entre el egocentrismo y la integración social.

Donald Trump ha sido limpiamente vencido en las urnas

El discurso del miedo de Trump le sirvió para ganar la presidencia porque supo captar el malestar de los ciudadanos blancos de Estados Unidos. Pero no es solamente él quien se aupó sobre el mensaje del odio. Una caterva de políticos populistas o ultranacionalistas han conseguido situar en el epicentro del debate social los conflictos de identidad sustentados en el sentimiento de rechazo al otro, al diferente, al que no piensa como yo, al que tiene otra religión, al homosexual, al inmigrante, a la globalización. También en España, con líderes independentistas catalanes como Torra y sus envenenados tuits ("Lo que sorprende es el tono, la mala educación, la pijería española, sensación de inmundicia; horrible") que remiten inevitablemente a los tuits de Trump. Y, así mismo, con partidos extremistas como Vox o Podemos.

Esta es la grandeza
de las democracias, que los ciudadanos ponen y quitan a los gobernantes

La polarización es la piedra angular de este populismo postmoderno y global. Todos sus representantes, desde Matteo Salvini a Santiago Abascal o Carles Puigdemont, comparten las mismas estrategias: el uso de las redes sociales para agudizar las divisiones, webs creadas para alimentar narrativas enfrentadas, grupos de fanáticos que comparten teorías de la conspiración, simplificación de los mensajes con amplia utilización de emoticonos y breves vídeos, un lenguaje dirigido a debilitar la confianza en políticos, científicos y periodistas, financiación poco transparente...

Mucho más difícil será acabar con el populismo trumpista

Las guerras culturales se han avivado con Trump porque, en esta época de decadencia de la Ilustración, ha recuperado los discursos emocionales, supremacistas, de exclusión o de fobias. Esta es la gran victoria ideológica de la extrema derecha en Europa y también en América. Crecen en un terreno abonado gracias al debilitamiento de las clases medias que, a su vez, debilita la democracia liberal y el contrato social. Por eso están en crisis tres grandes relatos que hunden sus raíces en la solidaridad: la socialdemocracia, el cristianismo y el europeísmo.

Trump y los demás líderes populistas han actualizado la teoría del choque de civilizaciones (Huntington) y abogan por reforzar la homogeneidad cultural de Occidente excluyendo el pluralismo liberal. Vivimos, pues, un conflicto entre dos visiones contrapuestas que pugnan por la hegemonía de los valores, las creencias y las prácticas ciudadanas en nuestra sociedades. La guerra cultural de nuestra época enfrenta de nuevo a los valores humanistas e ilustrados con los valores egocentristas y oscurantistas.

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