Cuarenta, no ochenta

Pablo Casado, líder del PP, durante el debate de la moción de censura en el Congreso.
Pablo Casado, líder del PP, durante el debate de la moción de censura en el Congreso.
Mariscal/EFE

Ahora hay augures del pasado afirmando que era lo único que podía hacer el PP, pero lo cierto es que nadie pronosticó la crítica que Pablo Casado dirigió a Vox el pasado 22 de octubre en el Congreso de los Diputados. Una crítica bien templada que ha sido una bocanada de aire limpio para la mayor parte de la población. Al fin, tras una larga y ambigua connivencia, desde el ideario clásico del PP se ha calificado a Vox, no a sus votantes, de populista, radical y pariente de los partidos europeos que apoyan la xenofobia de Carles Puigdemont.

Por otra parte, a modo de compensación, Casado equiparó el radicalismo de Vox al de Pedro Sánchez, por las compañías en que este se apoya, pese a que podría decirse lo mismo del PP que pacta con el extremismo que en ese momento denostaba. En términos del consenso político que el país precisa con urgencia, tal equiparación fue disonante, como lo fue que Casado no hiciera la menor mención a la educación pública, instrumento sin el que, desde el liberalismo reformista que preconiza el centroderecha, no cabe hacer país. Además, sin esta sensibilidad elemental por lo público, a la que tampoco se acaba de sumar con decisión el partido de Inés Arrimadas, se renuncia de inicio al considerable electorado de centroizquierda que ha votado al PSOE con reparos.

Finalmente, diré que personalmente me emocionó que Casado se desmarcara del franquismo, cuando aclaró que el actual Gobierno de España es el peor de los últimos cuarenta años, y no de los ochenta a los que había aludido Santiago Abascal. Para frotarse los ojos, y no solo de incredulidad.

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