Alimentos para la paz mundial

A logo of the World Food Program is seen at their headquarters after the WFP won the 2020 Nobel Peace Prize, in Rome, Italy October 9, 2020. REUTERS/Remo Casilli [[[REUTERS VOCENTO]]] [[[HA ARCHIVO]]] NOBEL-PRIZE/PEACE
El símbolo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, en el exterior de su sede en Roma.
Remo Casilli / Reuters

Se podría haber titulado el artículo de otra forma; cualquiera que relacionase que una distribución más equitativa de los alimentos en todo el mundo ayudaría a mantener la paz. O viceversa, que una situación continuada de paz mundial facilitaría el reparto equitativo de alimentos en cualquier lugar, por recóndito que este fuese, daba igual la religión o la raza de quienes lo habitasen. Por ahora no se dan las condiciones ni de una proposición ni de la otra, por eso hay que recordar a menudo que la vida global no va bien, que sería deseable que caminase hacia la reducción de las crecientes desigualdades que la amenazan. La concesión del Nobel de la Paz 2020 al Programa Mundial de Alimentos es un incentivo para buscar con ahínco la equidad universal, para impulsar compromisos pendientes, tanto de los organismos internacionales como de otros más cercanos.

El derecho de todas las personas a vivir en paz figura en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; de la alimentación se habla en el artículo 25, al lado del vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios. El 10 de diciembre se van a cumplir 72 años de su proclamación por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París. A pesar del tiempo transcurrido, todavía hay que demandar lo que debió ser, por justicia, y no fue: una convivencia universal que no limitase los derechos de nadie. Es novedoso que el Nobel de este año se conceda a quienes en cada país, aunque bajo el paraguas de la ONU, se dedican a restañar una parte de la inequidad alimentaria; y no lo sea por poner fin a un conflicto bélico de los clásicos. Aunque a decir verdad, la negación de la alimentación ha sido utilizada y lo es hoy mismo como arma de guerra. 

Toda desigualdad puede convertirse en una colisión social permanente. Paz sin alimentos significa hambre; alimentos sin paz es, además, falta de concordia. La FAO asignó al pasado 29 de septiembre el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida de Alimentos. No lo dice porque sí. En las bases de datos que maneja, y ofrece en abierto en su página, se puede ver que el despilfarro tiene alcance universal: alrededor de un tercio de los alimentos producidos a nivel mundial se pierden o se desperdician, lo cual supone un derroche grave además de altos costes ambientales. Mientras, erradicar el hambre y acabar con la malnutrición son dos de los principales retos a los que se enfrenta la humanidad. Lo saben especialmente los 820 millones de personas que padecen ambas.

Por si lo anterior no fuese suficiente, la malnutrición se acelerará tras la pandemia actual. El GNR (Informe Global de Nutrición) -un mecanismo que rastrea los compromisos asumidos por 100 partes interesadas que abarcan gobiernos, donantes de ayuda, sociedad civil, la ONU y empresas- constata que en el año 2020 las personas que ya sufren desigualdades (pobres, mujeres y niños, quienes viven en estados frágiles o afectados por conflictos, minorías, refugiados, etc.) se verán muy afectadas tanto por el virus como por el impacto de las medidas de contención en sus países o fuera de ellos (por la retracción de las donaciones). En lo mismo insiste el informe de Intermón Oxfam de octubre. Todo junto ya no es indiferencia, es maldad consentida.

También en España se llevan a cabo actuaciones dignas de elogio. En el año 2012 fue concedido el Príncipe de Asturias a la Concordia a la Fesbal (Federación Española de Bancos de Alimentos). Un acierto, pues concordia significa acuerdo, convenio, relación pacífica. Suponemos que dentro de este reconocimiento a los 54 bancos de alimentos de España -reparten a unas 7.000 entidades benéficas, llegan a más de un millón de beneficiarios- se incluyen otras entidades sociales diversas y proyectos de voluntariado locales. Sus socorros se están notando especialmente durante la pandemia, pues muchas familias han visto reducidos sus ingresos a la nada. En sí misma, paz no es solamente ausencia de guerras sino que en sus raíces también alude a arreglar o unir. Ojalá el aliento del Nobel sirva de acicate a los donantes, lleve a todas personas los alimentos que como derecho humano tienen reconocido, suponga el aporte solidario suficiente para que el hambre acabe de una vez, y la paz sea una realidad universal.

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