Esperanza útil

Opinión
'Esperanza útil'
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Hace dos semanas expuse en este periódico mi confianza en que la sociedad española reaccionará y evitará caer en un pozo muy hondo del que costaría generaciones salir. Cuando escribí esto último, temí estar dramatizando más de la cuenta. Sin embargo, nueve de cada diez comentarios que he recibido, en general de personas allegadas, entienden que no exagero en lo de la profundidad del pozo y, sobre todo, me atribuyen un infundado optimismo, respecto a que no estemos ya cayendo sin remedio por la sima. El desaliento de estas respuestas me ha conmovido. Solo desde un pesimismo extremo se puede tener por optimista a quien, como es mi caso, apela a la inminencia de un desastre para que el país cambie de rumbo. En cierta forma, es un desánimo que me recuerda al "dolor de España" al que aludió José Campillo en la primera mitad del siglo XVIII, expresión retomada doscientos años después por Miguel de Unamuno, pero sin la intención regeneradora que incorporaba en origen. Por ello, aún creo más necesario seguir confiando y no permitir que la desesperanza que se está incubando en nuestra sociedad promueva el sálvese quien pueda, el rencor y el enfrentamiento de bandería. Al hilo de lo anterior, me parece muy oportuno el pasaje autobiográfico en el que Agatha Christie, refiriéndose a las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, sostiene que la segunda, a la que considera muy infravalorada, le ha sido especialmente valiosa. Conforme a un utilitarismo muy británico, la escritora aconseja mantener siempre la esperanza, porque, renunciando a ella, nada se gana y todo se puede perder.

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