Por
  • Octavio Gómez Milián

Samuel Paty

FILE PHOTO: Tribute to Samuel Paty, the French teacher who was beheaded on the streets of the Paris suburb of Conflans St Honorine, in Lille
Tributo a Samuel Paty en París.
PASCAL ROSSIGNOL

Samuel tenía cuarenta y siete años y daba clase en un instituto de Francia. Samuel podría haber estado sentado a mi lado en un claustro. Samuel habría visto los mismos dibujos animados que yo y seguramente guardaba entre sus recuerdos el año que Francia ganó la Eurocopa 84 con un gol de Platini. A Samuel lo asesinaron por mostrar unas caricaturas de Mahoma en su clase. Enumerar explicaciones, buscar justificaciones, evitar alarmismos son acciones que no llevan a ningún sitio. Lo mataron porque no tenía miedo a un monstruo llamado radicalismo religioso que se extiende como una mancha de alquitrán tóxico por Francia desde hace años. Quizá el presidente de la República apriete los puños, quizá Michel Houllebecq tenga argumento para su próxima novela, quizá ‘El Jueves’ vuelva a sacar una portada en la que digan que no se atreven a publicar las mismas imágenes que trajeron la muerte a una redacción hermana. A Samuel lo mataron porque entendía que la libertad de expresión es tan importante como poder comer un bocadillo de jamón si te apetece, besarse en público o que en la escuela las chicas y los chicos compartan aula. En España el laicismo mal digerido se basa en invadir capillas en ropa interior y repetir mantras de pedofilia encubierta. En España Samuel no hubiera mostrado las caricaturas de Mahoma porque se lo habrían prohibido desde la dirección provincial correspondiente. En España a la persona que mató al profesor Francisco Tomás y Valiente le organizan exposiciones en la Casa de Cultura de Galdakao.

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