Dos piezas del Pilar y otra que lo fue

Opinión
María viene a Zaragoza según se imaginó en el s. XV
Antonio Ceruelo

En el joyero del Pilar hay algunas piezas excepcionales, cuya contemplación no es sencilla, por la naturaleza misma de las piezas. Y hubo otras más, que ya no están aquí, por causas diversas. Propongo hoy, Doce de Octubre, visitar desde las páginas de HERALDO una joya que se conserva, otra que no y una tercera que usualmente no puede verse, aunque valdría la pena discurrir el modo de que fuera posible, con poco esfuerzo.

Una corona

Carolina Naya, que sabe mucho de joyas históricas, publicó en 2018 (revista ‘Emblemata’ de la IFC) un estudio sobre una pieza expuesta en el Museo Pilarista, junto con otras coronas regaladas a la Virgen. Fue ofrecida por Luis Zaporta, primogénito del famoso Gabriel, mercader internacional y banquero de Carlos I. De esta familia conversa, de ascendencia judía, era la mansión que contenía el Patio de la Infanta, hoy en la sede de Ibercaja. La corona se fecha sola: en el interior del aro se lee 1583 y el nombre del orfebre Alonso de Ribera. Por el otro lado, los Zaporta, a quienes Carlos había distinguido, mandaron poner su escudo, igual que el de la capilla de los Arcángeles de la Seo, sufragada también por ellos. Compraban su descanso eterno con oro y gusto exquisito. En el siglo XVIII alguien cambió el resplandor (los ‘rayos’ de la corona, de cristal de roca, por otros de oro, de apariencia más rica, pero menos refinada. Se le añadieron joyas que alteraron su aspecto, si bien quedaron sin tocar, por suerte, la diadema y la corona en sí, de fina traza manierista.

Granada con sorpresa

Otra pieza singular es ‘la granada del Pilar’. Ya no está con nosotros. Probablemente fue obra de Benvenuto Cellini, el insuperable escultor-orfebre florentino, según probó Carlos Lafuente. Contiene una sorpresa, pues se abre por la mitad. Dentro, "en el interior de cada mitad, figuras corpóreas que representan la Visitación de la Virgen á Santa Isabel en un lado, y en otro la Anunciación (...) Con diez y ocho rubís finos de valor de cinquenta reales, pessa cinquenta y dos escudos de oro y diola Doña Ana de Exea" (en 1576). Así fue descrita en una subasta de 1870. Doña Ana, nieta del notario Juan de Fatás, la tenía de su primer marido, un Caballería, de rica familia de conversos, y era viuda, en terceras nupcias, del capitán de la guardia del virrey de Aragón. Pasó a manos de los zaragozanos Alberto Urriés y Manuel Nogueras por 88.200 reales. La revendieron en 1876 a un coleccionista francés, que les pagó 120.000, a quien la recompró el barón Rothschild en 1878. No es imposible que la posea la famosa familia de banqueros.

Primera representación

Hay joyas que no están en el joyero. El relicario de san Braulio muestra por detrás la primera escena conocida de la venida de María a Zaragoza. La estudiaron Ainaga y Criado y le hizo una magnífica fotografía, que tuvo la bondad de enviarme, el recordado Antonio Ceruelo. Pueden verla en esta página. Obra de Francisco de Agüero, entre 1456 y 1461, muestra a María, departiendo con Santiago y sus desalentados compañeros (siete varones en total, no ocho), sobre una columna con basa y capitel. Va sin el Niño, cosa llamativa, pues la imagen de madera, fechada por C. Lacarra hacia 1435, poco anterior, lo lleva. Quizá el artista no conocía la efigie zaragozana. Es raro, pero más conforme con el relato original. Todo, bajo un Dios bendicente. La ciudad romana (pero gótica) aparece, diminuta, tras el ángel de la izquierda, con una gran puerta torreada, fuera de la cual sucede la escena.

El Pilar es asunto inacabable.

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