Por
  • Juan Antonio Gracia

Un nuevo arzobispo para Zaragoza y Aragón

Opinión
'Un nuevo arzobispo para Zaragoza y Aragón'
Archidiócesis de Zaragoza

Casi dos años después de que don Vicente Jiménez Zamora presentara por razones de edad y de acuerdo con las normas canónicas la renuncia a la sede cesaraugustana, el Papa ha designado como nuevo arzobispo de Zaragoza a don Carlos Manuel Escribano Subías, hasta ahora obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño.

El clero diocesano, las congregaciones religiosas, las asociaciones de apostolado seglar, las entidades educativas y sociales de la Iglesia no ocultaban su extrañeza, incluso su estupor, ante tan prologada demora en el nombramiento de un nuevo arzobispo. Afortunadamente, el redoblado trabajo y el celo de don Vicente, nuestro arzobispo hasta la toma de posesión de su sucesor, aminoraron los desajustes y las deficiencias que pudieron darse por una situación un tanto anómala.

El nuevo arzobispo de Zaragoza presidirá también la provincia eclesiástica que reúne todas las diócesis de Aragón.

La noticia de que el antiguo párroco de Santa Engracia, luego obispo de Teruel y hoy obispo en La Rioja es el nuevo arzobispo de Zaragoza fue recibida con enorme júbilo en nuestra ciudad y, de modo particular, en el seno de las comunidades cristianas de todo Aragón. No se puede olvidar que como ‘metropolita’, don Carlos es también presidente de la provincia eclesiástica de Zaragoza, que abarca las diócesis de Huesca, Jaca, Barbastro-Monzón, Teruel-Albarracín y Tarazona, y, por eso, aparte de algunas prerrogativas, le corresponde a don Carlos el deber de vigilancia y la coordinación de las citadas diócesis, llamadas sufragáneas. Es, pues, toda la región la que está de enhorabuena.

En todo caso, el nombramiento de monseñor Escribano como nuevo pastor en la sede de san Valero y san Braulio ha venido a compensar esperas inexplicables y a suscitar inmensas esperanzas. Don Carlos es de casa, y basta echar un vistazo a su densa biografía para percatarse de que este gallego de nacimiento es aragonés por los cuatro costados. Joven, curtido en altos cargos y responsabilidades locales y nacionales, llega en plena madurez física y mental, con tiempo por delante y con acreditada capacidad para afrontar los desafíos más inquietantes de la Iglesia en Aragón.

Don Carlos es aragonés por familia, por biografía y por trayectoria, y conoce a fondo nuestra realidad.

En esta tierra nuestra, imagen perfecta de la España vacía, la alarmante escasez de candidatos al sacerdocio, el progresivo envejecimiento del clero, la reordenación del territorio eclesiástico aragonés, excesivamente atomizado y disperso, la búsqueda de una mayor comunión de los obispados aragoneses en programas, recursos y acciones pastorales parecen ser los problemas más apremiantes.

Don Carlos ha sido convecino nuestro, conoce el carácter, los vicios y las virtudes, las angustias y aspiraciones de las gentes que nacimos o vivimos en esta tierra áspera y tierna que llamamos Aragón. Su currículum académico, su formación humana y cultural, su trayectoria como obispo de Teruel y su dedicación a la acción social en nombre de la Conferencia Episcopal Española invitan a interpretar su nombramiento como un regalo de Dios a la Iglesia que peregrina en Aragón.

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