Por
  • Francisco Bono

La cultura europea, ¿una utopía?

El día 26 decidimos también el futuro de Europa.
'La cultura europea, ¿una utopía?'
HERALDO

La casualidad ha propiciado que me coincidieran en el tiempo las noticias sobre los agrios debates en el seno de la Unión Europea con la lectura de un magnífico libro que ilustra aspectos contemporáneos de la historia de nuestro continente. El libro se titula ‘Los europeos’ y su autor –el historiador Orlando Figes- describe a través de una trama de personajes reales la transformación de la vida cultural en Europa durante la mitad del siglo XIX, aprovechando los avances en la conexión internacional por ferrocarril y los adelantos que se ofrecieron en el mundo de la tecnología.

Analiza la organización de grandes ciclos de conciertos, de muestras pictóricas, de grandes ediciones y traducciones de libros, las grandes Exposiciones Internacionales... conduciendo todo ello al nacimiento de un innegable cosmopolitismo y, en cierto modo, a la creación de una identidad cultural europea, por encima de los nacionalismos que pervivían en las sociedades, y que pugnaban permanentemente por mantener sus privilegios cantonales.

Su lectura es particularmente interesante en los momentos que nos toca vivir en los que se han producido determinadas fracturas en el seno de la UE, inicialmente por el ‘brexit’ y posteriormente por los desencuentros con motivo del Plan de Reconstrucción por la covid-19. Unas fracturas unidas a declaraciones de algunos ministros que, sin duda, que nos han hecho pensar en que los problemas van más allá que una simple discusión económica.

En modo alguno puede negarse la importancia de los factores económicos en la vida cotidiana de la gente. Y por ello es perfectamente comprensible que la gran motivación de los padres fundadores de las primeras instituciones que dieron paso a la CEE y finalmente a la UE fue superar para siempre los conflictos económicos que dieron lugar a las dos grandes guerras que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX. Así nació la Comunidad Europea del Carbón y el Acero y, de entonces acá, buena parte de los pasos posteriores tienen una intención económica.

Pero cuando todo parecía funcionar con más o menos normalidad llegó la última (penúltima ya) gran crisis –entonces financiera-, y a renglón seguido, antes de que se restañaran sus heridas, la gran debacle sanitaria, todo lo cual originó una fuerte ruptura entre los países, con discusiones sobre el reparto de fondos que ha mostrado un trasfondo de fuerte acidez en los argumentos esgrimidos por algunos países, con argumentos que iban más allá de los puramente económicos. Nuevamente se han repetido los comentarios sobre ‘la forma de ser’ de algunos países y se han resucitado los viejos fantasmas y el contraste entre las visiones nacionalistas de unos con las más cosmopolitas de otros.

Dejando aparte los motivos de las discusiones (espero que algún día los españoles agradezcamos –por necesaria- la disciplina a la que vamos a ser sometidos), no cabe duda que Europa está lejos todavía de aspirar a una unión sólida que le lleve –entre otras cosas- a recuperar una posición protagonista en el mundo. Se dibujan claramente diferentes bloques: el de los llamados ‘países frugales’, el de los países mediterráneos (poco frugales, ciertamente), los nacionalistas del Este continental (y especialmente el ‘grupo de Visegrado, formado por Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia). Y entre medio de ellos Francia y Alemania como ‘moderadores’ de dudosa eficacia en ocasiones.

¿Qué la ocurre a Europa? ¿Queda algo de aquella Europa que deslumbró al mundo? ¿Realmente los ciudadanos sentimos Europa como algo nuestro? ¿Queda algo de aquel nostálgico tiempo de expansión cultural que describe Orlando Figes? Debemos preservar la cultura, como así lo afirmaba recientemente, en las páginas de HERALDO, Carlos Martínez Mongay, y como ejerce sus mejores oficios un Movimiento Europeo de carácter federal, en el que se integra por cierto un Consejo Asesor de Aragón.

No es fácil ‘transferir’ el sentido de pertenencia de tu lugar de nacimiento a otro que es de adopción, y no digamos si además los sistemas educativos priman el sentimiento localista más cercano (¿hablamos del caso español?). No basta con los programas Erasmus y similares, hay que llegar a los sentimientos de las gentes. Hay que sentirse algo más que poseedores de una moneda común. ¿Otra utopía?

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