San Juan de la Peña

Monasterio de San Juan de la Peña, en Huesca.
Monasterio de San Juan de la Peña, en Huesca.
Christian Peribáñez

Desde finales de los 70 todos los años he subido al menos una vez a San Juan de la Peña. Es uno de los lugares más hermosos de Aragón, panteón real y cuna del reino. Lo conozco pues muy bien. Y hasta le pedí a mi amigo Nacho Escuín, cuando fue Director General de Cultura y Patrimonio, subir hasta allí con él a la reinhumación de los restos de los reyes de Aragón. Quería estar presente ese día y Escuín lo hizo posible. Soy así: un sentimental trasnochado, el último romántico, un fósil (iba a escribir una excrecencia, pero me he frenado) del XIX. Ahora, Félix Longás y un generoso Consejo Rector me han hecho miembro de la Real Hermandad de San Juan de la Peña, y podría decir como Unamuno (que visitó el monasterio y escribió sobre él) cuando lo elogiaban: ¡me lo merezco! Entre los fines de la Hermandad hay dos con los que me identifico plenamente: la defensa del monasterio y entorno de San Juan de la Peña, y recordar y honrar la memoria de los reyes de Aragón cuyos restos reposan en el panteón real. ¿Cómo, por tanto, no va a sentirse feliz este viejo aragonesista de pertenecer a una Hermandad que mantiene vivos tan nobles ideales? Este año es tan atípico que sólo ingresamos siete, pero varios de ellos muy queridos amigos, así que, además, la compañía va a ser inmejorable. Nada de Aragón me es ajeno y sufro por ello con la habitual desidia del país para con sus cosas. Pero la Hermandad desmiente el tópico: que un grupo de hombres y mujeres cuide del legado histórico de San Juan de la Peña es, en estos tiempos de aflicción, proeza inextricable.

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