Escuela como laboratorio

Opinión
'Escuela como laboratorio'
ISM

La educación es una capacidad no prefijada. En un escenario ideal, cuenta sobre todo la disposición de quienes instruyen y los que aprenden, también aquello que se enseña y la manera de presentarlo, su aplicabilidad en un momento social determinado; sin olvidar el apoyo del contexto familiar. Con todo, cada cual va habilitando su formación. En este cometido, la escuela se enfrenta a un septiembre inédito precedido de meses difíciles para la educación como proceso particular y como idea universal.

Volver a las aulas, más pronto que tarde, es fundamental; si no se pierden muchos aprendizajes. No se trata solo de recuperar la cuestionable normalidad de la situación previa a la covid-19. En España, la educación sigue pendiente de reformas estructurales –varias leyes educativas y normas obsoletas– que la conviertan en palanca social para revertir las crecientes desigualdades. Por eso, debería aprovechar la actual emergencia para plantearse algo básico: para qué sirve la escuela del curso 2021-22 y la de dentro de unos años. Sin duda, le vendría bien transformarse en un laboratorio indagador colectivo, más ahora que debe combinar salud –de todos– y educación de algunos. En este cometido no es una isla; también atañe a los ámbitos familiar, social, laboral, sanitario, etc.

Durante los meses de escuelas cerradas los responsables educativos del Gobierno de España y las diferentes comunidades autónomas habrán previsto varios escenarios de transición con medidas organizativas –incluida la formación del profesorado– y sanitarias. En una escuela incierta, como comunidad compleja, siempre se combinan deseos y realidades; se convierte en vulnerable, en su conjunto o con parte del alumnado, mucho más ahora. Por consiguiente, son ineludibles unas pautas claras, muy razonadas, que anticipen las intersecciones de los multiservicios escolares, docentes o no, de cada jornada; planes con visualización de situaciones diversas y respuestas contundentes ante los seguros rebrotes.

El principio de precaución debe marcar la gestión de las administraciones estatal o autonómica, responsables y garantes de la calidad del servicio educativo y sanitario. Al mismo tiempo, los equipos directivos de los centros han de recoger en su diario de incidencias una reflexión continua del todo o sus partes, para comunicarlo rápidamente. Las escuelas laboratorio, sus prácticas educativas delicadas, exigen grupos reducidos; luego harán falta recursos generosos, entre ellos más docentes que guíen, expliquen y saquen conclusiones de los ensayos, que no acaban en este curso. Cualquier parte del ámbito investigador necesita una atención permanente; de otra forma el material tan sensible padece, el espacio se contamina y se difumina la experimentación.

Nada será fácil, aun con múltiples cautelas. Los acogimientos escalonados permitirán razonamientos críticos con el alumnado de los qués y cómos de la situación, con sus protocolos –entrenamiento en los diversos movimientos por el centro– a cada grupo-clase. Su colaboración comprometida es imprescindible, máxime cuando la pandemia quedará de forma permanente en su biografía. Podría limitarse la duración de cada clase y así permitir la entrada de aire renovado en los intervalos. Seguro que se ha pensado en modelos y horarios específicos para Primaria y otros en Secundaria, donde valen las clases no presenciales algunos días. Todo en el contexto de un plan pactado entre la administración, el profesorado y las familias, también el personal no docente, para fomentar la colaboración y reducir el agobio de unos y otros; a sabiendas de que la total seguridad sanitaria es improbable. Ojalá haya suerte y los sobresaltos escaseen.

Todo lo anterior no es sino una hipótesis, expuesta a variables que escapan a la predicción. Aun así, la educación debería salir saneada tras este periodo, cual si hubiera estado en tratamiento en un laboratorio de excelencia, manejada con la más adecuada vacuna de interés colectivo que considera las diversas fragilidades. Para ello necesitará un sincero compromiso de los mentores políticos, un sólido y corresponsable acuerdo social –con interlocución permanente entre ámbitos afectados–, y la previsión de respuestas diferenciadas –sanitarias o no– a cambios súbitos o progresivos. Si no es ahora, a pesar de todo, ¿cuándo?

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