Ya es Navidad... en Vigo

El alcalde de Vigo, Abel Caballero, inaugura los trabajos de instalación del alumbrado navideño.
El alcalde de Vigo, Abel Caballero, inaugura los trabajos de instalación del alumbrado navideño.
E. P.

Antes era El Corte Inglés el que declaraba la llegada de la primavera, con aquellos anuncios de ropas ligeras y de colorines, y el personal no dudaba de que aunque fuera febrero había que acudir presurosos a los grandes almacenes para ponerse a tono con la temporada que acababa de comenzar. Ahora es ese alcalde de Vigo -gracioso, dicharachero, algo demagogo y paralelepipédico- quien se arroga la competencia espesa y municipal de declarar la Navidad nada menos que en agosto.

Abel Caballero, que así se llama este singular alcalde al que le gusta el libro de los Guiness más que a un tonto un lapicero, ha puesto la primera piedra -perdón, la primera bombilla- de esos diez millones de lucecitas de colores que acaba de anunciar alumbrarán la ciudad gallega para su propio regocijo en las próximas y seguramente tristes navidades para tantos. A mí me parece bien que se celebren las navidades, y que las calles se iluminen y suenen las músicas propias de esas fechas: hay que levantar la moral de la gente y no cabe duda de que los árboles iluminados y las guirnaldas de luces por las calles propician el ensimismamiento y la emoción de la Navidad. Pero sin pasarse: diez millones de bombillas, aunque sean led, son muchas bombillas y darán lugar sin duda a una factura considerable, que alguien habrá de pagar, todo sea para la gloria y la exhibición televisiva de don Abel, que presumirá otra vez de regir la ciudad más iluminada del mundo en Navidad, en un estúpido reto a otros alcaldes innominados, como si ese fuera el índice de mejor gestión municipal del planeta. 

El señor Caballero, que es también presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, pactó hace poco con el Gobierno de la nación esa infame apropiación de los ahorros de muchos ayuntamientos, condenando a otros, el de Zaragoza entre ellos, al que expoliaron de mala manera los años de gestión socialista y de ZEC, a la miseria presupuestaria.

Con esas varas de medir que se llevan en estos tiempos, tan distintas y tan distantes, ayuntamientos como el vigués podrán iluminar sus navidades con millones de bombillicas y efectos estroboscópicos, mientras otros tendremos que quedarnos a oscuras porque nuestros regidores de antes se gastaron el presupuesto en vino y rosas y ahora se lavan las manos y encima protestan.

La ostentación de Abel Caballero al anticipar tanto la puesta en marcha de las navidades nos parece una provocación innecesaria y una falta de solidaridad intermunicipal y social, más en él, que preside esa secuestrada Federación hoy convertida en palmera del Gobierno. 

Su pretendido éxito será un lamentable esperpento en una Navidad que casi toda España tendrá que celebrar, por decir algo, a oscuras. Si es que para entonces nos quedan ganas y ánimos de celebrarla. Pero Vigo dispondrá, mejor dicho, su alcalde, de miles y miles de vatios de colores. Quizá para su propia diversión.

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