Redención banal

72 años del lanzamiento de la bomba nuclear en Hiroshima
Acto en recuerdo del lanzamiento de la bomba nuclear en Hiroshima
Agencias

Este año, aprovechando mi asistencia a un congreso en Japón, había previsto visitar Hiroshima y, de ser posible, también Nagasaki, las ciudades donde el 6 y el 9 de agosto de 1945 el ejército estadounidense arrojó sendas bombas atómicas, convirtiendo deliberadamente a toda su población en objetivo militar. Esta hecatombe, de la que se acaban de cumplir 75 años, contribuyó a que el hongo nuclear me aterrara desde la infancia, especialmente viviendo en una ciudad cercana a una base aérea norteamericana, a la que considerábamos objetivo prioritario de los misiles soviéticos.

Al hacerme adulto, primero dudé y luego dejé de creerme el argumento legitimador del bando vencedor, de cuya civilización me siento parte, según el cual, tal y como decían los libros escolares, aquella matanza precipitó el final de la guerra y salvó miles de vidas, también japonesas. Definitivamente, el abandono de este dogma me ha llevado a percibir su vertiente criminal, así como la estupidez de algunas figuras afamadas que lo pregonaron y que aún lo pregonan, cual es el caso reciente del historiador británico Antony Beevor. El abuso del utilitarismo, o su mal uso, produce monstruos.

Motivado por todo lo anterior, en pretendido homenaje a las víctimas, yo quería peregrinar a los lugares devastados por ‘Muchatito’ y ‘Gordinflón’, los simpáticos apelativos dados a las bombas por quienes las arrojaron, en prueba del desvarío de aquella época. Sin embargo, afortunadamente, la pandemia canceló mi propósito y me libró de cometer un acto de selfi, ególatra y banalmente redentor, muy propio del desvarío actual.

jusoz@unizar.es

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