Por
  • Andrés García Inda

El virus son los otros

Para que actuemos bien, los gobernantes deberían transmitir confianza, que sepamos que nos dicen la verdad y que ellos también cumplen las normas
Para que actuemos bien, los gobernantes deberían transmitir confianza, que sepamos que nos dicen la verdad y que ellos también cumplen las normas
Heraldo

Es este un verano extraño. Tratamos de hacer lo mismo de todos los años, aun sabiendo que no es igual, como si la vida pudiera seguir el mismo curso de siempre, con el único e incómodo detalle de llevar puesta la mascarilla. Es curioso, nosotros, los humanos del siglo XXI, que amábamos la aventura y la novedad por encima de todas las cosas, que nos mofábamos de la tradición y la rutina, molestos porque no podemos seguir algunas de las costumbres que, sin nosotros mismos saberlo, nos ataban a la vida. ¿Era esto salir de la zona de confort?, se preguntan algunos. Y como el agua que vuelve a su cauce en cuanto encuentra la ocasión, así volvemos nosotros a nuestras prácticas cotidianas, a la mínima oportunidad, como si nada raro sucediera, convencidos además de que lo que hacemos es lo que hay que hacer, que el cuidado que nosotros tenemos es el que hay que tener, y que si todos vivieran o se comportaran como nosotros, nada malo pasaría. El virus, o la crisis, son los otros.

Y así seguimos, disputándonos el liderazgo mundial en contagios por número de habitantes y la caída del PIB hasta el punto de que ya ni siquiera las estadísticas sirven para maquillar la situación. Imagino la perplejidad y la impotencia de nuestros gobernantes, acostumbrados a pensar que manejan la realidad a su antojo, utilizando las palabras y las metáforas adecuadas –y dominando los altavoces– para poder seguir viviendo igual y que parezca que todo está cambiando. Y ahora la realidad se sigue resistiendo a su diseño: ni las palabras ni las imágenes, ni el Boletín Oficial ni la televisión resultan suficientes para contener la expansión del virus y la extensión de la crisis.

Parece mentira, porque hace un par de meses nos dijeron que ya habíamos salido (o estábamos saliendo), y más fuertes, de la primera; y ahora nos dicen que ya hemos empezado, nada más tocar chufa, la recuperación de la segunda (¡aplaudan!). Lo que parece más bien es que de lo que se trataba era de pasar el testigo –la responsabilidad– a otros: del Gobierno central, literalmente de vacaciones, a las comunidades autónomas. Y estas, más impotentes aún que el primero por falta de instrumentos normativos y de coordinación, nos vienen a descubrir que la responsabilidad última es de los ciudadanos, que no se comportan como es debido. Nos habían acostumbrado a que en realidad todo era estructural, sistémico, etc., y que el cambio era mérito de ellos (y de su capacidad para liderar y crear las condiciones que lo hicieran posible y bla-bla-bla…), y ahora resulta que no, que depende personalmente de usted. Y de mí.

Y es verdad: depende de usted y de mí. Aunque los ciudadanos asumimos mejor nuestra responsabilidad individual cuando estamos seguros al menos de dos cosas. La primera, de qué es lo que se exige de nosotros. No es poca la perplejidad y la confusión que las propias autoridades han generado (y siguen generando). Sea porque no se podía saber o sea más bien en muchos casos porque no convenía decirlo, los mensajes han sido y siguen siendo bastante contradictorios, en función de quién lo dice, de a quién se lo dice, o de dónde se dice (me ahorro los ejemplos, que ustedes podrán traer a colación a montones). Y siguen convencidos (o intentando convencernos) de que siempre han tenido razón. La segunda, que quien asume individualmente el sacrificio que su responsabilidad exige, al menos encontrará la satisfacción moral de haber actuado correctamente. O dicho más llanamente, que quien cumple la norma no hará el canelo. Porque quizás llevamos demasiado tiempo acostumbrándonos a consentir y legitimar la cultura del gorrón –o del ‘ocupa’– en nuestras vidas y en nuestras instituciones.

Esas sí son cosas en las que nuestros gobernantes pueden y deben contribuir a crear las condiciones que favorezcan la necesaria responsabilidad individual. Ambas tienen que ver con la confianza necesaria para que esta surja y tenga efecto. Para responder adecuadamente, necesitamos poder confiar en nuestros gobernantes, saber que no nos mienten, que no juegan a dos (o más) barajas. Y necesitamos saber que nuestros comportamientos son los adecuados, y que también son los suyos. Porque, en el fondo, los ciudadanos no vamos a hacer lo que ellos digan, sino lo que ellos hagan.

Andrés García Inda es profesor de la Universidad de Zaragoza

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