Tras la catastrófica explosión del puerto de Beirut, que añade un mazazo más a un país sacudido por una sucesión de crisis políticas y económicas, solo la ayuda exterior puede aportar alguna esperanza para la reconstrucción. Mientras una población harta y desesperada exige cambios a unos dirigentes que han demostrado incompetencia y corrupción, la comunidad internacional, especialmente la Unión Europea, tiene que comprometerse a colaborar en la emergencia.

Todo indica que la explosión que arrasó el puerto y buena parte de la capital libanesa, dejando una estela de muerte, fue accidental, pero se debió a una negligencia injustificable sostenida durante años, al permitir el almacenamiento en condiciones precarias de miles de toneladas de una sustancia peligrosa. Tras décadas de guerras y terrorismo, en un contexto marcado por las divisiones religiosas de la población y por el cruce de intereses estratégicos regionales y mundiales, el Líbano arrastra ahora una crisis económica a la que se ha añadido, como en el resto del mundo, la pandemia. La explosión ha reavivado las protestas de una población que lleva tiempo exigiendo cambios y que se siente defraudada. La salida política y económica no será sencilla, más aún cuando los tensiones en el Próximo Oriente se multiplican, siempre con repercusiones en territorio libanés. Favorecer la estabilidad y el encauzamiento pacífico de los conflictos en toda la región es una obligación de la comunidad internacional. 

Pero en este momento se hace indispensable, sobre todo, prestar al Líbano ayuda de emergencia y para la reconstrucción de un puerto que era uno de los principales activos económicos del país. Francia ha tomado la iniciativa con una reunión telemática que ayer convocó a dirigentes de múltiples países -incluido el presidente español, Pedro Sánchez- y que debería conducir a un programa de asistencia que sea eficaz y que redunde en beneficio de toda la población.