Memoria del humo

Smoke rises after an explosion in Beirut, Lebanon August 4, 2020, in this picture obtained from a social media video. Karim Sokhn/Instagram/Ksokhn + Thebikekitchenbeirut/via REUTERS THIS IMAGE HAS BEEN SUPPLIED BY A THIRD PARTY. MANDATORY CREDIT. NO RESALES. NO ARCHIVES. NO NEW USES AFTER 0001 GMT SEPTEMBER 2, 2020 TPX IMAGES OF THE DAY [[[REUTERS VOCENTO]]] LEBANON-SECURITY/BLAST
Explosión en el puerto de Beirut.
KARIM SOKHN / REUTERS

En los últimos tiempos el silencio o el hecho de caminar o correr han servido como motivo de numerosas iniciativas editoriales. No pocos escritores han armado alrededor de asuntos de apariencia banal reflexiones más o menos reseñables sobre la vida y sobre el mundo en general. Es un recurso reconocible que podría extenderse sin pudor hacia las cuestiones más variopintas.

Al volver a ver estos días los hongos atómicos surgidos de sendas bombas en Nagasaki, hace hoy 75 años, y en Hiroshima tres días antes, se comprenden las posibilidades del humo, como simple producto de la explosión y el fuego a través de la historia, para protagonizar un ensayo. La casualidad -eso al menos se nos dice- ha querido que justo en esta semana la enorme explosión en el puerto de Beirut y sus impactantes imágenes recordaran aquel funesto episodio de la II Guerra Mundial.

El humo, y las nubes de polvo de la desolación, se impone a su naturaleza fugaz y a la vez se recrea en ella, vinculando tragedias diversas. Es el símbolo silencioso, y hasta elegante, de la destrucción. Las catástrofes sin humo como la pandemia, sin un icono que explique lo ocurrido, nos sumen en un desconcierto similar al de una pérdida sin duelo. El año pasado el humo se convirtió en un triste y a la vez bello espectáculo que hizo que miles de parisinos se acercaran a ver cómo ardía Notre Dame. En Zaragoza ocurrió también en otro agosto, el de 1808, cuando se destruyó el monasterio de Santa Engracia. No cuesta imaginarlo: gritos y ladridos y el impasible murmullo cercano del Huerva mientras el humo se elevaba en la noche.

A menudo es además una elipsis del dolor, del llanto y de la sangre, como en las bombas sobre Japón o en los atentados del 11-S. Lo intuimos en la columna humeante, tóxica y cargada de muerte, que se expande. También ha habido que volver, ante la salida de prisión de Josu Ternera en Francia, a las fotos en blanco y negro de la antigua casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza de aquel diciembre de 1987. Y allí esta el humo saliendo de entre los escombros, que es la macabra elipsis en la que se esconde Ternera. Nada queda de aquel humo, que es un testigo siempre liviano, pero nos queda el peso rotundo de la memoria.

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