Opinión
'Con los datos se hacen estadísticas y política.'
POL

Los datos nunca caminan sueltos como si tuvieran vida propia. Primero, se producen. Segundo, se interpretan. Tercero, se utilizan. Por eso, ante cualquier argumentación basada en la ‘objetividad’ de los datos siempre es conveniente preguntar cómo, cuándo, quién, para qué, por qué… se hace lo que se hace y se dice lo que se dice.

La producción de datos requiere de mecanismos de observación y recolección. El mundo es como es. Está ahí, aparentemente a nuestro alcance. Pero no es suficiente con mirar. Cada porción del mundo requiere una estrategia de aproximación. Si buscamos en lo pequeño, necesitamos lupas, microscopios. Si buscamos en lo grande y lejano, telescopios, ‘macroscopios’. Cada objeto a observar, cada observable, tiene sus características que condicionan el instrumento y el método con el que conocer.

Además, también sabemos que no es lo mismo mirar las cosas al punto de la mañana que en la noche cerrada. Igual que tampoco es lo mismo hacer una foto que grabar un vídeo. Es decir, nuestra forma de observar y, por tanto, de producir datos está limitada por las condiciones de contorno, por el propio observable y por el observador que hace el trabajo. Por eso, se necesitan observaciones sucesivas que permitan obtener series de datos. Y ahí tenemos innumerables ejemplos, desde la temperatura y lluvia que muestran el clima, hasta las gráficas de peso y altura que utilizan los pediatras para dibujar el crecimiento de un niño o la manida curva de expansión de la covid-19. Como es obvio, esta producción de datos también va acompañada de errores, que afectan a la calidad de los datos obtenidos. En algunas ocasiones, son consecuencia del procedimiento con el que se estudia, en otras de quienes observan o combinación de ambos. En la medida que se revisa y reflexiona, se consigue afinar los resultados y ‘ver’ mejor. Pero también sabemos que ver no es comprender y mucho menos explicar. Necesitamos varios procesos para explicar lo que vemos y entender lo que explicamos.

La interpretación de los datos disponibles es tanto o más complicada que su producción. De nada sirve acumularlos, construir tablas, series, curvas, buscar correlaciones, establecer probabilidades y causalidades, si los criterios de interpretación parten de modelos equivocados. De hecho, interpretar ‘bien’ los datos es difícil. Es un arte que se aprende con el tiempo, con la experiencia. Un ejemplo clásico es el ‘ojo clínico’ del médico que, más allá de los ‘datos’ de un análisis de sangre, adecúa la terapia oportuna a la persona que tiene delante.

Interpretar es leer los datos. Es explicar. Para ello se comienza por mostrar lo que consideramos relevante y necesitamos contar. Pero, como sabemos, el verbo ‘contar’ tiene dos ‘vidas’ paralelas. Está emparentado con medir y describir. Por un lado, al contar es posible asignar un número o una unidad de observación. Y en cuanto está disponible, ese ‘artefacto’ adquiere vida propia. Los números se refieren a la cosa, al asunto, pero tienen su dinámica y lógica particular. Por otro lado, contar es narrar, relatar con más o menos pelos y señales lo que se quiere explicar. Ambas dimensiones se articulan cuando se analizan y desentrañan los datos obtenidos: igual que nunca es neutral la posición del observador, tampoco la de quien interpreta lo observado.

La utilización de los datos es el paso siguiente. Pero va más allá e incluso, en ocasiones, modifica los dos pasos previos. Con los datos se hacen estadísticas y política. Es más, los datos sirven como arma y como instrumento de dominación. Sean los cuentos del CIS de Tezanos, las cuentas de Hacienda, las cifras del paro, del PIB o del virus de Wuhan… cualquier dato es susceptible de ser utilizado como mecanismo de control o de emancipación, de secreto o de transparencia. En esta pandemia hemos padecido esos efectos. Las decisiones políticas se justifican en función de las cuentas y los cuentos de Simón ‘et al.’. A Sánchez, por ejemplo, no le importa que un dato sea cien por cien cierto, lo importante es que le sirva para seguir en el poder. Lambán prefiere contar con datos fiables para gestionar bien. Dos formas distintas de lidiar con los problemas y de gobernar.

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