Por
  • Juan Carlos Zapata Híjar

Los Sanz y el barrio de las Nieves

Muchos zaragocistas salieron a sus balcones a las 22.35
'Los Sanz y el barrio de las Nieves'.
HA

Hace más de 26 años que vivo en este barrio o urbanización de Nuestra Señora de las Nieves. Un grupo de viviendas situado junto a dos pequeños polígonos industriales que se sitúa en el sur, pasado el canal y entre el Stadium Casablanca y el Olivar. Se caracteriza por estar en el eje de la ciudad (antes, por donde pasaba el 30 y ahora, en la parada de Argualas del tranvía), por no vivir en el más de mil personas y porque formamos una megacomunidad de propietarios, compartiendo sistema de calefacción, parterres y jardines.

No se piensen, es una comunidad humilde de trabajadores, que fueron llenando, desde los años setenta, los muy bien estructurados y luminosos pisos de hijos, de sentido común y de un poquito de pertenencia de grupo, como dirían los modernos. Yo pertenezco ya a la segunda generación, que siguió a rajatabla estas tres máximas del barrio. Aporto tres hijos y unas decididas ganas de integración. Como yo, se fueron incorporando familias, más o menos de la misma edad, con las que hemos compartido la crianza de nuestros hijos. Con epicentro en la plaza de las Nieves, donde los fundadores colocaron una virgen, muy de la época, que sostiene lo que creo que es una flor de las nieves, aunque más parece un champiñón, hemos enseñado a nuestros hijos a ir en bicicleta, hemos compartido meriendas y cumpleaños, en fin, nos hemos ido haciendo viejos.

Dentro de este grupo variopinto, me voy a centrar en los Sanz. Juan Carlos y Raquel, los papás. Raquel, Beatriz, Javier y Jaime, los hijos. Su principal característica, la risa. Es una familia que es feliz y lo contagia. Pero para eso también hay que trabajar. Y, cuando estuvimos confinados desde marzo a mayo, fueron sin duda el equipo motivador del barrio. Desde sus privilegiados balcones del cuarto piso de la plaza, nos deleitaban –solo los fines de semana, que tampoco hay que cansar– con sus actuaciones variopintas. Un día representaban los Sanfermines, con sus pañuelicos rojos, sus toros de cartón y sus cantos al patrón. Otro día, verbenas sesenteras. Otro, las campanadas de fin de año, con reloj, uvas y todo. No dejaron de representarse la Semana Santa y algunas escenas veraniegas. Yo, desde mi cocina, siempre pensaba que de dónde sacaban tanto disfraz, tanto atrezo y tanto ingenio.

A ello hemos de sumar las clases de zumba y aerobic de la vecina de enfrente y a los vecinos cofrades, que en Semana Santa nos impresionaron con sus toques de tambor. A mí particularmente me robaron el corazón cuando festejaron el 25 aniversario de la Recopa, tendieron una maroma de balcón a balcón y colgaron una camiseta blanca y una copa de cartón y sonó el himno. Todos los zaragocistas, Luis, Arturo, María José, derramamos una lagrimita y pedimos por subir a Primera.

Gracias a todos ellos, en nuestro pensamiento colectivo no solo van a quedar las terribles imágenes de esta pandemia, sino la desinteresada voluntad de construir barrio, para la que se necesitan, lo mismo que para construir ciudad, autonomía y país, generosidad, empuje, valentía y sentido común. Yo solo pido que si las autoridades nos vuelven a confinar, que la familia Sanz y todos los balconeros de las Nieves estén en su sitio, dando alegría al encierro. Y que no se preocupen, si es necesario festejaremos el ascenso a Primera desde el balcón. Estamos preparados para ello.

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