Por
  • Eva Cosculluela

Linchamientos

Opinión
Redes sociales
Pixabay

Vivimos un tiempo en el que nos parece obligado opinar públicamente sobre cualquier cosa. Que se sepa quiénes somos y lo que pensamos. Pero qué pocas veces lo hacemos para bien, para recomendar lo que nos gusta y destacar lo bueno. Por desgracia, lo habitual es lo contrario. Da igual que leamos unas declaraciones polémicas o que hayan sido antipáticos al venderte el pan: hay que denunciarlo, e inmediatamente surge una legión de ofendidos que, con el altavoz de las redes sociales, alzan sus voces. Es algo que me fascina: la cantidad de gente que deja de hacer lo que está haciendo para lanzar al viento de las redes el insulto y la bilis. Abandonar por un momento tu vida para dedicar tu tiempo a odiar es, para mí, totalmente incomprensible.

Cuando alguien hace o dice algo que no gusta, los ataques no son al hecho en sí, sino a la persona. No hay argumentación: el linchamiento ‘ad hominem’ al reprobado pasa por los insultos personales, la petición de que sea despedido de su trabajo y su señalamiento público como indeseable. Y rápidamente llega una larga lista de comentarios de gente que afirma no conocer al insultado pero que se unen al odio común. Palmeros del odio, qué gran afición. Y ojo con no posicionarse. Hay que ponerse rápido del lado "de los buenos" (sea lo que sea eso), no sea que alguien piense que estamos a favor y seamos también merecedores del odio común. El odio sólo genera más odio. Parece que Marco Aurelio pensara en esto cuando escribió: "La mejor defensa es no parecerte a ellos".

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