Por
  • Ana Alcolea

Pétalos

Los niños que han hecho este año la primera comunión lanzaron pétalos de rosa.
'Pétalos'.
HA

Aprendemos en la escuela que todo se transforma. Lo observamos cada día en el espejo y a nuestro alrededor. Vemos nuestras fotos infantiles y nos preguntamos qué fue de aquellos niños que miraban el mundo con ojos anhelantes. Vemos a ancianos arrugados y no reconocemos en ellos a quienes fueron nuestros héroes de adolescencia. Pasamos por el mundo en una suerte de metamorfosis continuada. A veces, incluso nuestra esencia se convierte en algo ajeno a nosotros: el pintor se convierte en el cuadro que pinta, el arquitecto en el puente que diseña, el músico en la sinfonía que compone, el escritor en el libro que escribe. Lo más íntimo de nosotros se convierte en un ‘ello’ que pasa a formar parte del ‘yo’ del espectador, del paseante, del melómano, del lector. La esencia viaja para ser otra.

Estos días recojo restos de rosas silvestres. Cada mañana, el césped amanece salpicado de pinceladas rosadas en forma de corazón. Son los pétalos que antes habían formado flores pasajeras. Los cojo y me los llevo a la nariz, aspiro su perfume, los acaricio con mi rostro, los toco y escucho sus murmullos. Los dejo caer uno a uno en el cuenco y contemplo su danza en el aire. Dentro de un rato se convertirán en mermelada. Las efímeras rosas cambiarán de color, de textura, y se transformarán en algo muy distinto a lo que fueron durante dos días. Su esencia viajará dentro de una cacerola en mi cocina y se convertirá en un elixir comestible. Porque la esencia es tan eterna como el deseo de ser. 

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