'Mi bigote'
'Mi bigote'
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El 9 de marzo, el periódico donde escribo nos mandó al teletrabajo. "Serán un par de semanas", pensamos. El 13 de marzo, la capital de España enmudecía y mi céntrico barrio parecía un despojo. El 14 de marzo, Pedro Sánchez decretaba el estado de alarma para frenar la movilidad y evitar más contagios. El 16 de marzo, lunes, solo en casa, confinado, trabajando 10 horas diarias y con una pandemia mundial encima, decidí dejarme bigote.

A mis 32 años no me cierra la barba, así que la empresa de ver nacer un mostacho era una rareza en mi cara que, florida de pelo a cachos, siempre suele estar afeitada para que no parezca que me han recogido de un ‘after’. Aunque en realidad lo del bigote iba para broma. Total, no iba a ver a nadie: ni citas de trabajo ni a ella le iban a pinchar mis besos. Los primeros días soporté en la intimidad el humillante musgo pubertoso, rehuyendo videollamadas mientras agarraba el matojo al punto de una frondosidad acorde con la edad que tengo, que ya destila leves canas. Y llegó un día cuya presencia era suficiente como para mostrarlo a familia y amistades, que torcían el gesto y acompasaban (algunos) un decaído entusiasmo. "Te queda guay", me decían mientras en su cara parecía poco menos que me estaban viendo probarme un bikini.

Algunos de mis amigos decidieron apuntarse a la moda, al punto de que en una videollamada de sábado por la noche parecía que se había reunido un cártel colombiano de la droga. Pero navegaba todo en una cómoda intimidad que se rompió cuando me tocó preguntarle a Pedro Sánchez en una rueda de prensa y la cámara me enfocó, llegando a ser definido por alguien en Twitter con la frase: "El bigote de este periodista viene directamente desde 1992".

Cuento esto apenas unas horas antes de pisar Zaragoza (provincia de Casetas) tras casi cuatro meses de distancia y sin saber si toda la presión resistida por mantener mi bigote se derrumbará con los comentarios de familia y amigos. No sé. Quizá esta sea la última columna bigotuda. De ser así, solo constatará dos cosas: que no tengo demasiada personalidad y que hay pocos puntos en el mundo que a uno le sirvan para replantearse las cosas como cuando vuelve a casa.

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