Los demás y nosotros

Opinión
'Los demás y nosotros'
Heraldo

Nuestro mundo se ha hecho más pequeño pues el virus está en todas partes; al mismo tiempo, todos hemos estado más separados, durante la cuarentena, en nuestros espacios privados. La tensión entre la interconexión y la separación se vuelve visible. Desde nuestra superioridad occidental creíamos que estas cosas no nos podían suceder a nosotros y, a su vez, pensábamos que las enfermedades infecciosas son cosa de otro tiempo, que ahora nuestro problema es el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. La realidad nos ha demostrado que, si hay una sola cosa en el ámbito de la salud que tiene capacidad de provocar un riesgo existencial a la humanidad o un cambio social y económico de efectos imprevisibles, es una enfermedad infecciosa. Y, sin embargo, no le hemos dedicado ni recursos ni preparación. Para nosotros no era un problema, pero sí lo era para otras partes del mundo. La diferencia de esperanza de vida entre el Congo y España es de unos 25 años, y una parte muy importante de este diferencial se debe a las enfermedades infecciosas. Luego, una parte sustancial del mundo vive todos los días sus pandemias. La malaria provoca 200 millones de casos y más de 400.000 muertes al año.

Nos hemos cansado de oír que el virus no discrimina, pero esto es solo verdad en parte porque la covid-19 no afecta a todas las personas, ni a todos los países por igual. La realidad es que esta crisis profundiza las desigualdades estructurales y que, si bien todos los países del mundo tienen la misma capacidad de enfermarse, no todos tienen la misma capacidad de curarse del inmenso impacto que tendrá la pandemia en los diferentes sistemas sociales y económicos.

Naciones Unidas define una emergencia alimentaria como "una situación extraordinaria en la que las personas no pueden satisfacer sus necesidades básicas de supervivencia, o existen amenazas graves e inmediatas para la vida y el bienestar humanos". A una situación así se enfrenta la humanidad de manera inminente: una emergencia de proporciones muy grandes debido al impacto de la covid-19 y a las medidas de mitigación aplicadas. "A menos que se adopten medidas de inmediato, cada vez está más claro que habrá una emergencia alimentaria mundial inminente que podría tener repercusiones a largo plazo para cientos de millones de niños y de adultos", ha dicho el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, durante la presentación de estas políticas en la sede del organismo internacional en Nueva York. En su declaración, ha alertado de que, incluso en los países donde los alimentos son abundantes, existen riesgos de disrupciones en la cadena de suministro. La infancia, un vez más, representa un capítulo aparte. El año pasado, 144 millones de niñas y niños sufrieron retraso en el crecimiento, es decir, más de uno de cada cinco en todo el mundo. En mayo de 2020, 368 millones de estudiantes habían perdido acceso a las comidas escolares, de las que dependen para una gran parte de sus necesidades nutricionales diarias. Unicef acaba de alertar que la pandemia puede provocar un aumento de la desnutrición infantil hasta los 9,4 millones de afectados. Me temo que además de sus otras víctimas, la pandemia se ha llevado por delante cualquier esperanza de cumplir los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU para 2030. Y la cooperación para el desarrollo internacional, o lo que queda de ella, recibirá casi con toda seguridad incluso menos financiación de la que recibe ahora.

Estamos viviendo un tiempo en que nuestras certezas se están desmoronando y, a su vez, nuestra idea colectiva de lo que es posible se está transformando. Si la reconstrucción de un país asolado por una pandemia es, en este sentido, una de esas situaciones excepcionales que se presentan pocas veces en la vida, no podemos olvidar esta crisis nos afecta a todos. Ninguno de nosotros es inmune a la pandemia y ninguno puede derrotar al virus por si solo. En nuestro mundo interconectado, la medida de la fuerza del sistema mundial de salud nos la da su parte más débil. Tenemos que proteger a los demás para protegernos nosotros mismos. Creo que es el momento del multilateralismo que es un instrumento de la paz y un facilitador de la justicia. Naciones Unidas debe recuperar su energía y autoridad, y conseguir ejercer una función de liderazgo en la gestión de una crisis verdaderamente mundial.

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