Por
  • Juan Manuel Iranzo Amatriaín

No ha sido cuestión de suerte

Coronavirus in Vietnam
Coronavirus en Vietnam.
LUONG THAI LINH

Tras muchos meses de pandemia cabe ya comparar su curso en unos y otros países y apuntar alguna explicación preliminar que justifique que las mortandades que se han producido sean tan distintas. Diversas causas tienen diferente peso en cada país, pero estas parecen las más relevantes.

La insularidad o el tratarse de un lugar periférico en la globalización han proporcionado tiempo para aprender de errores ajenos: Europa del este lo hizo, Gran Bretaña no. Una demografía joven ayuda a África, pero países viejos que protegieron a tiempo sus residencias de mayores tienen una fracción de los muertos que Estados Unidos o Europa Occidental. La pobreza es letal: quien rompe el confinamiento por necesidad de ganarse el pan, incluso sin medidas de protección, corre grave riesgo.

Porque la covid es una enfermedad nueva, sin vacuna ni cura, la prevención es clave. Los sistemas sanitarios más preventivos han sido los dotados de procedimientos de alerta y control bien diseñados merced a experiencias trágicas en pandemias previas como la del SARS. Haber activado pronto protocolos idóneos explica el éxito de Vietnam y Camboya (cero muertos) y Tailandia (58 al escribir esto). Desatada la epidemia, es decisivo el tamaño y la calidad del servicio público de salud: la clara gradación de robustez entre Alemania, Francia, España, Gran Bretaña, Chile, Estados Unidos, Irán, Perú… explica gran parte de la diferencia en óbitos directos (ingresados) e indirectos (no atendidos).

El sistema sanitario español es apenas suficiente de ordinario y cada ola de gripe lo satura; si no ha colapsado con la pandemia ha sido por el gran esfuerzo y la valía de su personal y porque amplió su capacidad con medios de emergencia. Y está mal administrado, organizado más con criterio político que asistencial, lo que ha perjudicado su respuesta. Dos ejemplos a la vista de todos: los distintos sistemas autonómicos de registro de casos, que han dificultado reunir información de la incidencia; y la descoordinación en la compra de material, que causó desprotección del personal sanitario y de las residencias, prolongada carencia de test y penosos casos de fiasco y presunto fraude.

Además, es vital la responsabilidad individual (uso de mascarillas, distancia física), una cuestión de cultura cívica que responde mejor si la comunicación política es clara, completa y franca, no como aquí: decir que en su día no se exigió usar mascarilla ni hacer más test por falta de existencias, en vez de informar de su importancia, revelar la carencia y solicitar colaboración a la sociedad civil, es tratar a los ciudadanos como niños incapaces de asumir la verdad y pensar por sí mismos, y dar pábulo a los conspiranoicos.

El civismo también lo activa con fuerza una cultura política de disentimiento constructivo y búsqueda de consenso, en la que destacan los países germánicos. Pero acaso lo que más dinamiza la respuesta civil es el liderazgo. No es cosa de ideologías. Entre los países exitosos hay dictaduras comunistas (Laos) y capitalistas (Myanmar) y democracias con líderes conservadores (Grecia), liberales (Corea del Sur), socialdemócratas (Portugal) o ecosocialistas (Islandia). Aunque sí hay algo pésimo, los populistas: Trump, Johnson, Bolsonaro…

Y parece que las mujeres lo hacen mejor que los hombres, como indican Alemania, Nueva Zelanda, Taiwán o toda Escandinavia menos Suecia. Simplificando narrativamente muchas situaciones complejas, parece que las líderes de estos países preguntaban a los asesores científicos cuál era el peor escenario previsible para la gente y tomaban medidas para prevenirlo, en tanto que muchos de sus colegas varones inquirían cuál era la situación según los datos y qué requería, prefiriendo obviar información procedente de hospitales y laboratorios que sugería que el sistema podría estar infravalorando la expansión del virus; y sus consejeros se amoldaban a ese enfoque. A mayor riesgo, más confortable psicológicamente es ser irracionalmente optimista y aún más si a uno le importa mucho más el poder que la gente. Pero es el pueblo quien elige o tolera el liderazgo.

En suma, experiencia, tiempo, el perfil racional-humanitario o populista-electoralista del liderazgo y la cultura cívico-política parecen haber sido los factores más determinantes del éxito o el fracaso, más incluso que la fortaleza sanitaria o económica.

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