Por
  • J. L. Rodríguez García

Gladiadores

Pleno en el Congreso para solicitar la prórroga del estado de alarma ante la covid-19
Pleno en el Congreso.
AGENCIAS

Me resulta asombroso el retorno de ofertas doctrinales que se reivindican actuales. El caso ejemplar es ahora el de Schmitt, que quiso convertirse en alma teórica del nazismo. Es lógico que esto suceda en España, pues el susodicho admiró el régimen franquista, elogió con desmesura a Donoso y sedujo a profesores como Tierno, que, hacia 1954, no ocultaba su devoción por quien deseó encumbrar al partisano –cuya figura glosó, por cierto, en una conferencia en Zaragoza cuando ponía pies en polvorosa de Alemania–. Tal cercanía tiene actualmente su razón de ser porque sus tesis han contagiado al conjunto del espectro político hispano hasta el extremo de convertir la sede parlamentaria y sus incontables tentáculos en un campo de batalla. Esto es lo que pensaba Schmitt de la política: que es una guerra a muerte. Y por esto habla de la política como campo donde los antagonismos se solventan eliminando al enemigo político en sentido fuerte: laminándolo hasta el exterminio. Tal es su idea de la acción política… Da igual la corrección de las propuestas: de lo que se trata en política es de no dejar rastro del contrincante.

No soporto que nos haya invadido su delirio porque hablamos con el otro como enemigo, no como adversario: la solución es inyectarle la morfina del silencio o la luz pálida de la uci. Ya no hay adversarios, solo enemigos. Lo recordamos con rabia cuando la única verdad de los políticos es la pasión por el degüello: nuestros políticos son gladiadores. Y cantan: ‘Morituri te salutant…’ 

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