La verdad nunca es una

Evolución de la pandemia
Evolución de la pandemia
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En este convulso periodo pandémico, la gestión de la verdad ha sido una de las dolencias más extendidas. No es aventurado pensar que cada cual construye una idea/verdad con los hechos y sentimientos, que puede estar muy bien argumentada, incluso contener indicios científicos. Aun así se verá atropellada por quienes chillan más o dicen las cosas con palabras más gruesas. Las cadenas televisivas en particular han recogido desde que eclosionó la pandemia múltiples opiniones, a menudo de personas ajenas a la ciencia, entre las que no han faltado soliviantadores de profesión. A este oficio se ha sumado gente que vive de la política –aquí y allende los mares–, que se ha empeñado en expandir interpretaciones banales de lo que la ciencia ni siquiera considera imaginariamente cierto. Sepan estos que la falsedad –una verdad mutante– siempre es correosa, por más que ahora tenga muchos adictos. Frente a ellos, cada vez son más los ciudadanos que ya no los soportan.

La mayoría de la gente va buscando la sinceridad para entender lo que nos pasa. Pero esta es a menudo un deseo porque quienes saben más quizá se guarden una parte, bien porque dudan o porque no quieren que el resto de la gente los incomode con preguntas difíciles de responder. En una pandemia como esta, que se encuentra aún en gravedad, no es lo mismo la verdad que una verdad; se mueven en ámbitos metafísicos y epistemológicos que unas veces se entienden y otras no. Por eso, convendría que quienes lanzan ocurrencias desde el púlpito público se empeñasen en conciliar las distintas perspectivas para que sean verosímiles y generen confianza colectiva. Más todavía si consideramos que a veces las falsas verdades ocultan severos dramas sociales. Por eso, quienes gozan de escucha pública deben difundir menos insatisfacciones y dedicarse a resolver problemas.

La verdad social como metáfora de la vida ha caído en picado ante el estallido de intereses contrapuestos, y lo ha hecho sobre un asunto tan básico como la supervivencia compartida. Los epidemiólogos y virólogos –desde su sabia y prudente búsqueda de la respuesta biológica a lo desconocido– avisan de que buena parte de la evidencia de hoy cambiará mañana, o dentro de un mes. Es posible que aquellos no digan todo lo que saben pues en ocasiones la sinceridad no es generosa para quien escucha. No todas las personas digieren igual lo que empiezan a conocer, por más explicaciones que se den, pues cada cual gestiona lo presuntamente cierto a su manera, y más si le afecta de cerca. En consecuencia, no parece descabellado oficiar algunas verdades para que impregnen bien la voluntad común, aunque lastime un poco a la transparencia.

Lo más probable es que la crisis actual socave principios que creíamos inamovibles, casi religiosamente ciertos. Para levantar las esperanzas, podríamos reconocer enseguida que estábamos engañados cuando creíamos que lo podíamos todo, que cualquier contingencia era vencible. Se avecinan escenarios nuevos; necesitamos certezas más firmes para afrontarlos. Incluso hay quien dice que tras esto emergerá un nuevo orden mundial. Acaso nos preparará para otra batalla –que llegará aunque no se sabe ni cuándo ni cómo– dentro de una nueva realidad que no alcanzamos ni siquiera a imaginar. Muchas cosas no serán como antes, pues la pandemia ha dejado noqueada a la hiperglobalización. Casi nada parecerá ni verdad ni mentira, todo dependerá del cristal con que se mire, diría Ramón de Campoamor.

Si la verdad no es una, habrá que concertar entre todos algo que se le parezca. No es sencillo. Posiblemente la única verdad absoluta es su intrínseca relatividad; algo así dijo André Maurois. Lo cual cobra algo de certeza en este episodio pandémico si lo combinamos con aquello que expresaba Machado a sus alumnos en Juan de Mairena en el año 1936: "La inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza, son acaso nuestras únicas verdades. Hay que aferrarse a ellas". Parece que ambos hubieran sufrido la covid-19. Cuando pasen unos meses, algún año, es posible que tengamos más pormenores de lo que sucedió. Entonces sabremos si las ideadas afirmaciones, acertadas o no, fueron una parte del verdadero existir social. Ojalá nunca suceda aquello que decía Thomas Hobbes cuando identificaba el infierno con la verdad vista demasiado tarde.

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