Casetasgeist

Las calles y las terrazas se llenaron de grupos que quisieron disfrutar de la noche.
Las calles y las terrazas se llenaron de grupos que quisieron disfrutar de la noche.
Guillermo Mestre

Los que somos de Zaragoza (provincia de Casetas) y vivimos en Madrid, somos como la niña de Poltergeist: nos comunicamos desde la otra fase y preguntamos, curiosos, cómo es la vida en ese otro mundo de libertades y mejor control del riesgo. Y tengo que reconocer que uno se pone las manos en los ojos para ver esas terrazas donde la gente disfruta feliz de la primavera; tan juntos, sonrientes, tan mascarilla en la barbilla (rima tanto como contagia), que acaba dándose cuenta de que aquí estábamos para vivir y que para eso seguimos. Con prudencia, empatía, pero con el fin de seguir adelante.

La crisis que hemos vivido ha dejado lecciones lo suficientemente rápidas como para que apenas perduren algunos hábitos de higiene, no ya nuevos, sino quizá reforzados. ¿Acabaremos con la lacra del que tose o estornuda sin ponerse la mano en la boca? (también llamado cerdo o cerda). En lo que eso se va desarrollando, porque tremendo estornudo al viento me comí yo hace unos días en pleno centro ante una chica que cargaba con una pizza para llevar, hay ciertas concesiones que aprovecho para guardármelas en la mochila. Por ejemplo, y sin sensiblería, el imaginario constante que he construido durante todas estas semanas de confinamiento sobre cómo habrá sido la vida en Casetas. Madrid es una ciudad brutal y eso, cuando las cartas vienen mal dadas, también se nota. Me costará olvidar, además de las latas de legumbres, el horror que vi la primera vez que salí a hacer la compra tras el estado de alarma: yo vivo en un barrio feliz del centro que parecía Chernóbil si contaminara la pena. Así que me he preguntado muchos días cómo habrán sido las calles de Casetas cuando ellas nunca han sido tan prepotentes como las de una ciudad y han conservado un ADN que otorga a cada caminante una biografía clara y, por tanto, a la libertad, cordura y memoria.

Lo pienso también en estos días de desescalada, donde todos vamos en ese barco de responsabilidad: la de evitar contagios, proteger a los ancianos, pero también dinamizar la economía. La suerte del pequeño comercio y la hostelería de Casetas, que deben salvarse por los vecinos, y estos cuidarse en un ecosistema de solidaridad que les refuerce a todos y les recuerde de dónde son. Algo que Madrid ni Zaragoza, sin sus barrios, podrían entender.

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