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  • Juan Manuel Iranzo Amatriain

Distancia, distancia, distancia

Varias personas guardan la distancia social el domingo en Zaragoza.
Varias personas guardan la distancia social en Zaragoza.
José Miguel Marco

El contagio de la covid-19 requiere la proximidad física de personas que no usen medios de protección eficaces. Ese factor y su distinta letalidad por edades explican algo que los datos totales de casos, ingresos y muertes oscurecen: hay tres epidemias distintas, una tres veces más mortal que la gripe y con serias secuelas en los menores de 65 años, otra mucho peor en los mayores de esa edad que viven en su domicilio particular y una tremenda plaga en las residencias que concentran a los más mayores y vulnerables. La probabilidad de enfermar y morir es tan diferente en los tres casos que parecen pertenecer a países distintos y así semejan vivirlo quienes protagonizan los vídeos donde la distancia de seguridad brilla por su ausencia, como si la epidemia hubiera acabado.

No es así. El primer estudio serológico nacional revela que solo el 5 por ciento de los españoles tiene ya anticuerpos contra el virus. La vulnerabilidad es el 95 por ciento, casi idéntica a la que teníamos en febrero, y si no nos conducimos de forma diferente se repetirá la historia: el riesgo de que un rebrote nos arrolle no es desdeñable. Como otros gobiernos en el mundo, el nuestro reaccionó tarde, cuando los contagios crecían ya exponencialmente. Como consecuencia, debimos imponernos una cuarentena muy larga y estricta, tanto que muchos no la resistían y empezaba a causar daños graves e irreversibles a las economías domésticas y al bienestar general. Esto ha obligado a un desconfinamiento acaso prematuro en algunos lugares y, lo que es peor, sin haber logrado persuadir a parte de la población de la importancia, literalmente vital, de adquirir y mantener con rigor nuevos hábitos de distancia social.

Las pruebas son palmarias. En todos los países donde las reglas de confinamiento se han relajado (Corea del Sur, Alemania, Suecia…) la situación empeora. Estados Unidos, Gran Bretaña y Brasil, donde la laxitud ha imperado desde el inicio y ha habido una deplorable falta de entendimiento entre la autoridad central y buena parte de los responsables políticos locales, llevan rumbo de convertirse en unos días en los tres países con mayores tasas de infectados y víctimas de la pandemia en todo el mundo.

Las sucesivas medidas de desconfinamiento aumentan los contagios. El objetivo es limitarlos para que el sistema los absorba sin perjudicar la atención normal a otras patologías y para que el personal sanitario se recobre del agotador esfuerzo realizado. A tal fin las comunidades autónomas están implementando sistemas de vigilancia epidemiológica para la pronta detección de los contagiados y el rastreo, testeo y confinamiento de nuevos casos. Pero ignoramos si los medios materiales y humanos que se prevén son suficientes. No se han generalizado las aplicaciones telefónicas de autodiagnóstico y geolocalización de contactos, aún escasean los test y el personal es ajustado y afronta una misión totalmente nueva. Eso significa que no sabemos si tendremos suficientes datos sobre el curso de la epidemia ni si llegarán a tiempo para controlar con eficacia la transmisión, en especial si ocurren en lugares muy comunicados. Por eso la colaboración ciudadana es esencial.

Como usuario de una residencia de discapacitados físicos, debo destacar el caso de Binéfar: menos de diez días después de que se detectasen cuarenta contagios en dos empresas de la localidad, una residencia de ancianos ha sufrido otros diez entre usuarios y trabajadoras. Me sorprendería que no fuera resultado de transmisión local. Aunque nos afecte de forma desigual no vivimos en países distintos, somos vecinos. En ausencia de vacunas y tratamientos, nuestra única herramienta efectiva para evitar que el virus prolifere es respetar a ultranza la distancia social.

La inmunidad de grupo está a años de distancia. Una vacuna segura y eficaz puede tardar muchos meses, si se logra. Entre tanto, con una tasa de mortalidad estimada mayor del uno por ciento, la pandemia podría llegar a matar cientos de miles de personas en España. Si no obramos con inteligencia, prudencia y solidaridad, lo pagaremos caro, sobre todo en las residencias.

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