A verlas venir

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La playa de Benidorm, cerrada por el coronavirus.
Manuel Lorenzo / Efe

Este verano próximo, en cuanto a viajes, será de turismo nacional o no será. Lo cual (además de frustrar a quienes esperaban su momento anual de ver mundo) es una malísima noticia para el modelo turístico intensivo que ha desdibujado las costas españolas. No tanto en el resto del país, en los ‘destinos de interior’, donde es más sencillo manejarse con las reglas que está imponiendo la pandemia y la temporada no tiene por qué resultar desastrosa; incluso, va a haber ocasión de descubrirse ante nuevos visitantes y tratar de fidelizarlos para que vuelvan.

Las bazas en estos territorios son fundamentalmente la naturaleza y la cultura. Y pareciera que la Comunidad Autónoma de Aragón, dado su patrimonio de ambos recursos, va sobrada para aprovechar las posibles oportunidades, pero no es así. En el caso del primero de ellos y sobre todo en los Pirineos, los patrones de crecimiento económico incompatibles con la preservación del medio –algunos impensables al otro lado de la cordillera desde hace décadas– han echado a perder bastantes rincones y todavía amenazan otros. Aunque tan rotundo es el reclamo de estos montes, tan soberbia su belleza, o la de las sierras turolenses, que todo lo pueden, hasta hacer olvidar los desmanes al veraneante.

En lo referente a la oferta cultural, la competencia es grande respecto a los vecinos que tienen mejor resuelto el aprovechamiento de sus bienes histórico-artísticos, el desarrollo de la gastronomía propia, la gestión de los museos o centros de interpretación, o la promoción de rutas temáticas, y que están impulsando nuevos planes a raíz de la pandemia de la covid-19. En comparación, los atributos de Aragón son muchos, pero no excepcionales, Aquí, además de presumir de unos cuantos núcleos urbanos de trazas medievales, se ha confiado casi todo a los festivales, a los que, por otra parte, se ha ido restando fuste presupuestario y consecuentemente de programación en los últimos años, y esta temporada, además, son de improbable celebración.

El tiempo para reaccionar es poco y no hay muchos motivos para el optimismo. En la política cultural, el Gobierno autonómico permanece con los brazos caídos desde que comenzó la legislatura. Y los principales ayuntamientos de las principales ciudades, igualmente maniatados por la escasez de presupuesto e ideas, tampoco destacan por su iniciativa.

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