Ser normal

Isabel Díaz Ayuso y el alcalde de Madrid, José Luís Martínez Almeida, en los actos del Dos de Mayo.
Isabel Díaz Ayuso y el alcalde de Madrid, José Luís Martínez Almeida, en los actos del Dos de Mayo.
Juanjo Martín/Efe

La nueva normalidad será peor. Seremos menos libres, tendremos miedo de dañar la salud de ancianos o personas con enfermedades crónicas, y evitaremos esos abrazos que nos gustan. En nuestro país, abrazar es cultura; los besos con restos de baba en la mejilla, ya menos. Aquí el roce ha sido un gran éxito de toda la vida, por naturalidad o por intentarlo. Era ante esa perspectiva tan oscura, cuando me esforcé en pensar que igual nos rescataba algo de cordura y apagábamos algunos fuegos de esa vitrocerámica de inducción que es España: acelerada, caliente; muy especialita para sus cosas. Si no nos podemos abrazar, al menos que cesen los guantazos. Tampoco parece que vaya a ser así. Con un virus que solo en Aragón, según el sistema de vigilancia de la mortalidad, ha matado a un 60% más de personas menores de 65 años de lo que sería habitual; un 74% de entre 65 y 74 años; y un 95% de los mayores de 74 años, no parecería que hubiera hueco para espectáculos circenses. La política, en cambio, sí ha encontrado beta para seguir lanzándose los muertos y haciendo teatro por las redes sociales. Esto es terriblemente desalentador, pues genera la sensación de que los españoles van a llevar una vida peor mientras quienes les representan siguen haciendo lo mismo. Y lo mismo significa no parecer personas.

Pensaba en esto mientras me acordaba de Martínez-Almeida, el celebrado alcalde de ese Madrid que habito y cuyo éxito ha sido, en realidad, comportarse como un ser humano. Lo del regidor madrileño no ha sido cosa de grandes gestiones sino de estar tranquilo y entender que su papel en la nueva normalidad era ser normal.

Pero esto es un bien escaso y el problema de esta nueva normalidad me temo que se va a ir agravando con un discurso que cala en algún reducto ultra disfrazado de periodismo en Youtube pero también en Pablo Motos, que tiene más audiencia y más salero para dañar a la democracia en formato televisivo ‘talk-show’. Con sus continuas algaradas pseudocómicas, el presentador inocula no la necesidad de una política mejor sino de una ‘no política’, como si la nación fuera a echar a andar por compadreo ante una solución que está un paso más allá de los muchos malos vicios heredados de nuestro sistema parlamentario, que es tan exigente para rodar bien, como necesario.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión