Pedro y Catalina

FILE PHOTO: Musician John Prine performs after accepting his PEN New England Song Lyrics of Literary Excellence Award during a ceremony at the John F. Kennedy Library in Boston
John Prine 
BRIAN SNYDER

Cae la tarde del sábado y se encienden las luces de los locales nocturnos, a los que acude la gente, ganosa de diversión, encuentro y amor. Lydia, en cambio, permanece sola en su habitación, «ocultando sus pensamientos como un gato, tras sus ojos diminutos, profundamente hundidos en su cara de pan». Lydia ojea revistas románticas, «sintiéndose como si fuera domingo, en pleno atardecer de sábado». Para ella, «soñar es tan natural como el primer aliento de un recién nacido, como el sol nutriendo a las margaritas, como el amor que habita en lo más hondo del corazón».

A diez millas de Lydia, Donald, un recluta que se siente incomprendido por sus conmilitones, «a medianoche, en la quietud de la letrina del cuartel, visualiza escenas románticas de amor caliente, de amor frío y también de absoluta falta de amor». Igualmente, para él, «soñar es tan natural como el primer aliento de un recién nacido, como el sol nutriendo a las margaritas, o como el amor que habita en lo más hondo del corazón».

Esa noche, Lydia y Donald «hacen el amor en las montañas, en los arroyos, en los valles y en sus sueños», sin decirse nada después, «porque están a diez millas de distancia». Así termina ‘Donald y Lydia’, una bellísima canción de John Prine, fallecido el 7 de abril de Covid-19. Aunque es de 1971, época sin móviles ni Internet, al volver a escucharla, he pensado en los enamorados que hoy se ven mientras charlan, pero sin poder tocarse. Personas como Pedro y Catalina, de quienes me dicen que se miran casi clandestinamente en la calle, a dos metros de distancia, con la complicidad de sus perros.

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