Un antes y un después

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'Un antes y un después'.
KRISIS'20

No hay precedentes en España de un cierre de colegios masivo acompañado de medidas de aislamiento. Resulta por tanto difícil valorar la huella que tendrá en los escolares, tanto a nivel académico como social o emocional. Lo más parecido a esta ausencia de clases, salvando todas las distancias, son las vacaciones de verano.

El virus no entiende de ideologías ni de clases sociales, pero los efectos de la pandemia afectan de manera diferencial. ¿Con cuánta gente comparten habitación los niños y niñas? ¿Tienen luz? ¿Tienen patio para airearse? ¿Qué acceso tienen a libros? ¿Los padres pueden gestionar el día a día emocional de sus hijos o están superados? Estas preguntas no recibirían las mismas respuestas.

Con el cierre de los colegios los profesores se han volcado para ofrecer a sus alumnos actividad lectiva online, pero no podemos olvidar la existencia de una brecha digital. Las cifras recogidas en el ‘Informe de la Infancia en Aragón’ de Unicef de 2017 son determinantes para comprender esta situación y su desigualdad. El 10,4% de los padres aragoneses declara no tener conexión a Internet en casa, pero esta proporción sube al 22,9% en las familias de padres de origen extranjero, el 21,6% en los hogares con tres niños o más y el 42,6 % para las familias de menos ingresos.

Añadamos una brecha social, porque las tareas educativas de apoyo y supervisión están recayendo sobre las madres y los padres, y esto genera varios problemas. Pues no necesariamente cuentan no solo con tiempo sino también con la formación suficiente para ayudar a sus hijos.

Nuestra Comunidad se encuentra con el reto de dar cobertura digital pero también debe contemplar la brecha de aprendizaje. Esta limitación insoslayable nos obliga, no solo a procurar ordenadores, sino también a readaptar la educación y la instrucción de contenidos, pensando en los eslabones más débiles de alumnado y, desde ellos, arbitrar una solución inclusiva para todos. Conscientes del retraso general de todo el alumnado y la desconexión de muchos estudiantes en desventaja para el aprendizaje a distancia, parece necesario revisar el desarrollo curricular, los aprendizajes básicos y la evaluación. La fórmula de resolver el confinamiento en los centros educativos es voluntariosa y bien intencionada, pero muchos niños y niñas van a quedarse rezagados si no somos capaces de poner en marcha medidas de vuelta a las clases presenciales después del confinamiento. Creo que el mayor riesgo de cerrar los colegios es que ha aumentado la desigualdad. Y que, por tanto, no podemos dejar a ninguna niña, a ningún niño atrás, porque llevarán esa carga a la espalda toda su vida. Parece necesario arbitrar medidas para lograrlo. Una de ellas podría ser desarrollar programas de apoyo escolar durante el verano que permitan reforzar los hábitos de estudio, la autonomía para el aprendizaje, las competencias digitales, el hábito lector y las competencias instrumentales. Otra podría ser implementar un programa de apoyo escolar a lo largo del curso para apoyar el seguimiento educativo de las familias especialmente de aquellas en situación de vulnerabilidad.

Los datos que aportaba la Fundación ANAR confirman un aumento de las situaciones de violencia contra menores a causa del confinamiento, y otras problemáticas, como la pobreza infantil, la desatención a las necesidades de niños y niñas con discapacidad o el fracaso y abandono escolar. En nuestra Comunidad, el presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, Juan Antonio Planas, señalaba que a la asociación están llegando numerosas llamadas que confirman el incremento de los conflictos familiares. Por lo que parece necesario que desde el sistema educativo se contribuya a la protección social. Se debería plantear la necesidad de crear una colaboración inmediata entre la administración educativa y las organizaciones del tercer sector para lograr la movilización social requerida para atender las necesidades de la población infantil en el escenario de antes y después.

El confinamiento por coronavirus está poniendo a prueba la capacidad de respuesta de nuestro sistema educativo, así como el conocimiento por parte de las comunidades autónomas de las necesidades y de los recursos disponibles. El desafío para los responsables educativos es doble, pues deben gestionar la crisis mientras construyen el futuro.

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