Por
  • Antonio Lobo Satué

Coronavirus y salud mental

Opinión
'Coronavirus y salud mental'.
HERALDO

El trágico curso de la epidemia del coronavirus en nuestro país ha estimulado el ingenio y la creatividad de los profesionales sanitarios; además de iniciativas para hacer frente a temas perentorios como el riesgo vital o el contagio, han elaborado protocolos con recomendaciones relativas a la salud mental, tanto de los pacientes y sus familiares, como a la protección de los profesionales que los atienden. Aquí nos centramos en los protocolos dirigidos a preservar la salud mental en la población y defendemos que tienen bases, ‘evidencias’ científicas de apoyo.

A día de hoy se identifican en Pubmed, la más utilizada base de datos médicos con apoyo científico, 2.201 trabajos relativos al Covid-19; y 48 de ellos se refieren específicamente a la salud mental, cubriendo tanto los problemas observados en pacientes y familiares como la amplia documentación sobre el estrés y malestar emocional de los profesionales sanitarios. En este artículo ponemos el foco en los datos sobre la afectación de la salud mental de la población a consecuencia de la epidemia.

A pesar de las diferencias culturales, un estudio de las últimas semanas en 194 ciudades chinas puede dar idea de la dimensión del problema: el 53,8% de los encuestados en la población mostraba durante la epidemia de coronavirus una importante afectación psicológica, cuyos síntomas más frecuentes fueron ‘ansiedad’, ‘depresión’ y ‘estrés psicológico’. Hay además documentación muy reciente y relevante, cuantitativa y cualitativa, sobre los efectos de la cuarentena. Se estima que, al liberarse la situación de confinamiento, un tercio aproximado de la población, en una proporción tres veces más alta que en situaciones normales, tendrá importante malestar, con síntomas tales como bajo estado de ánimo, ansiedad, irritabilidad, fatiga, distanciamiento de otros, insomnio, falta de concentración, indecisión y deterioro en el rendimiento en el trabajo, con alta proporción de bajas laborales. Se ha documentado asimismo que persisten durante algún tiempo las conductas de ‘evitación’ de individuos que tosan o de los espacios cerrados y con gente; y un excesivo lavado de manos.

Entre los estresores durante la cuarentena que se han documentado en estos estudios se incluye la larga duración de la misma; el miedo a la infección; la frustración; el aburrimiento; la falta de cobertura de necesidades básicas, como agua, alimentos o alojamiento; o la información insuficiente. Tras el confinamiento, las pérdidas o dificultades económicas suponen un estresor fundamental, que en nuestro país pudiera tener una importancia incalculable. Síntomas graves o incapacitantes, que aconsejen la consulta con especialistas de salud mental, no son frecuentes, salvo en personas psicológicamente vulnerables o con antecedentes psiquiátricos; pero sí se ha documentado que los síntomas pueden persistir, a veces hasta tres años más tarde.

A la vista de estos datos, aunque sin crear falsos alarmismos, es esperable que una proporción considerable de la población experimente reacciones psicológicas adversas en relación con la epidemia actual y con el confinamiento recomendado y decretado. Puesto que la salud mental es parte integral de la salud y el bienestar, está plenamente justificado el espectacular esfuerzo de distintos organismos para elaborar pautas de actuación y protocolos, como el de la Sociedad Española de Psiquiatría, para hacer frente a los factores de riesgo documentados. La ‘Guía Covidsam para la intervención en salud mental durante el brote epidémico de Covid-19’ puede encontrarse en la página web de la Sociedad Española de Psiquiatría, en el apartado ‘Información sobre salud mental’.

Corresponden a las autoridades actuaciones tales como el asegurar el suministro de necesidades básicas, proporcionar información veraz sobre la epidemia, tratar de acortar el tiempo de confinamiento o minimizar los riesgos de una situación económica catastrófica. Pero dichos protocolos incluyen también medidas para los individuos, tales como combatir el aburrimiento y mejorar la comunicación social; recomendaciones sencillas y prácticas para afrontar el estrés y los problemas asociados; o el acceso directo a líneas de comunicación ofertadas por distintos organismos para solventar dudas o directamente para prestar el apoyo psicológico necesario. Los avances tecnológicos como las teleconferencias, por cierto, están facilitando de modo espectacular estas comunicaciones. Hay que esperar que, en este contexto, el clima de solidaridad que está mostrando con emocionantes ejemplos la población española sea sin duda un gran facilitador para la protección de la salud mental.

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