Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

Una cosa y la contraria

A man wearing a face mask cries in Wuhan, Hubei province, as China holds a national mourning for those who died of the coronavirus disease (COVID-19), on the Qingming tomb-sweeping festival, April 4, 2020. REUTERS/Aly Song [[[REUTERS VOCENTO]]] HEALTH-CORONAVIRUS/CHINA
El uso de mascarillas por la población en general resulta controvertido.
ALY SONG / REUTERS

Estremecen los datos, la multiplicación de los contagios y, sobre todo, la acumulación de féretros en las morgues. Lo que para algunos era en febrero una especie de gripe, es ahora la antesala del Apocalipsis, la introducción a la destrucción total, el arranque de una nueva era de desgracias, la maldición bíblica. El personal empieza a acumular sensaciones contrapuestas causadas por la falta de certezas y los vaivenes de las decisiones, volubles. Los ciudadanos han pasado de la incredulidad inicial a mirar por la ventana de manera melancólica, como quien ve llover, inmóviles, atenazados, expectantes, tristes. El ruido mediático no ayuda. Abruma y despista. Una señora de la OMS dice en una televisión que no es preciso colocarse la mascarilla y la misma organización sostiene al minuto siguiente en otro canal que hay que ponérselas de manera inmediata. Un científico asegura en una entrevista que el confinamiento se ha revelado como el mejor dique ante el avance del Covid-19 mientras el epidemiólogo de cabecera del Gobierno sueco afirma en un medio italiano que es mejor que la gente se contagie en la calle de manera gradual. No sabemos si es bueno que los niños salgan a pasear, pero en Lombardía ha causado un frontal rechazo. No estamos seguros de si hay que desinfectar las suelas de los zapatos, obviar los datáfonos en los supermercados, obligar a los más solidarios a que no fabriquen más mascarillas de tela, dejar de tocar las superficies. Nos hallamos en el punto en el que ignoramos si hacemos el ridículo o nos ponemos en peligro cada vez que pasamos por alto algo que un supuesto experto dice que tienes que hacer mientras otro te conmina a que no caigas en la paranoia. Y mientras, sigues mirando por la ventana, contando palomas o gamusinos, con solo dos evidencias: la famosa curva de contagios no alcanza el pico que nos anuncian todos los días y el número de muertes se dispara de forma alarmante. Es el momento en el que la falta de certidumbres te lleva a tomar la única decisión que sabes que sí te ayuda: sales a la calle a comprar más papel higiénico.

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