Celestina en Zaragoza

No puede descartarse que 'La Celestina' tenga un sólido vínculo aragonés.
No puede descartarse que 'La Celestina' tenga un sólido vínculo aragonés.
POL

La fascinante obra, de género imprecisable, que llamamos ‘La Celestina’ narra lo que en los siglos XV y XVI eran peripecias impías y pecaminosas de una pareja de amantes, rodeados de servidores, amigos y parientes de toda condición, entre los que descuella una tortuosa alcahueta, curandera, partera y casamentera a un tiempo, que ha dado nombre en español a todas las de su condición: Celestina.

Tuvo, según los más, un primer autor ignoto y un segundo que la amplió grandemente, Fernando de Rojas. El libro, un superventas, fue reimpreso, con permiso o sin él, por toda Europa. Mª Remedios Moralejo recordó hace poco que solo el siglo XVI (luego vinieron muchas más) vio ciento diez ediciones, con traducciones al italiano, francés, neerlandés y alemán.

Zaragoza era un centro editorial descollante. Jorge Coci (Jürgen Koch), en 1507, imprimió aquí la tercera edición absoluta. La primera fue burgalesa (1499) y la segunda, toledana (1500). Algunas que dicen ser de 1501 o 1502 falsifican la fecha (la piratería es muy vieja). La edición de Coci es la primera con el texto como se conoce hoy, ya rehecho por Rojas. Pedro Bernuz compró a Koch su negocio y en 1554 reeditó el libro en Zaragoza. Este dato era desconocido hasta que Alfonso Fernández González, fino bibliófilo navarroaragonés (de Cascante, afincado largos años en Zaragoza y, hoy, en Sabadell), compró cierto día un fajo de fotocopias en el que vio algo insólito. Un amigo suyo, el impresor leridano Francesc Fusté, limpió con paciente pericia sus muchas imperfecciones y ello le permitió, hace año y pico, editar a su cargo un facsímil de la obra en cien ejemplares no venales. Loado sea por su agudeza y generosidad.

El argumento de la obra es atrevido: Calisto contrata a Celestina para ganar los favores de Melibea y los tres acaban muertos (hay más cadáveres). Pero lo fascinante es el ambiente creado por un elenco pasmoso de personajes, hablas y situaciones: prostitutas, amoríos, bebedizos, sicarios, asesinatos, suicidios... No en vano se trata de una ‘tragicomedia’.

Celestina aragonesa

La crítica ha estudiado bien esta fascinante obra de autoría doble. Pero, de entre cuantos la conocen a fondo, destaca para nuestros fines José Guillermo García-Valdecasas (Madrid, 1940), jurista que fue rector, por casi cuarenta años, del esclarecido Colegio de los Españoles en Bolonia. Este cumplido humanista descubrió, por ejemplo, un manuscrito del ‘Cántico espiritual’ de San Juan de la Cruz (el ‘códice Valdecasas’). Y defendió, con argumentos afinados, pero poco aplaudidos, que el ambiente de la obra (y acaso su primer autor) es aragonés; y que bien puede ocurrir en Zaragoza.

El autor hubo de estar embebido de Italia, lar de todo refinamiento, y ya había muerto en 1500. Varios indicios abonan la condición aragonesa del relato. Se alude a san Jorge, de menos fama en Castilla. La pena por bruja que sufre Claudina, maestra de Celestina, es leve (exposición en una plaza con un «rocadero pintado en la cabeza»), propia de la Inquisición episcopal en Aragón y más benévola que la impuesta por Fernando e Isabel desde 1480.

Las dos mujeres (que son sanadoras, casamenteras y parteras, no brujas ni hechiceras) buscan material en tumbas de judíos y moros, abundantes estos en Aragón. Celestina usa al hablar alguna voz aragonesa y diminutivos en -ico. Se bebe vino de Sagunto (’Monviedro’, en la obra), que no se vendía en Castilla por causa fiscal. No son castellanos los ‘rogadores’ que interceden por el reo, según se hacía en Aragón. Celestina habla de las tasas del rey, cuando en Castilla había reina (Isabel). La ejecución ipso facto de unos criados -ignorando, además, la menor edad de uno de ellos- es típica en el delito flagrante según ley de Aragón. Y Calisto pregunta no qué juez la sentenció, sino qué ‘justicia’.

Juicio de sumo interés a este respecto es el formulado, en el siglo siguiente, por Baltasar Gracián, que gustaba mucho de la obra, a la que llama ‘ingeniosísima’, como hecha con suma inteligencia, y a cuyo autor alude como «el encubierto aragonés».

Se une a ello que la cocina de Celestina radica en la primera planta de la casa, cosa común en Zaragoza; que en el mercado se corrían toros y se ajusticiaba; que Celestina habla de un templo de la Magdalena, una calle del Arcediano y del brillo de las reuniones de Cortes, con mitrados y próceres...

Todo eso, es verdad, no certifica que se trate de la capital de Aragón, pero ni mucho menos puede descartarse la probabilidad de que esta obra impar de la literatura europea tuviera un sólido vínculo con el viejo reino. La hipótesis del profesor Valdecasas no solo resulta grata a un lector aragonés, sino que tiene fundamentos que fue el primero en identificar.

El feliz hallazgo de Alfonso Fernández da pie para este recordatorio, que quiere aliviar un poco la fatiga mental inducida por el impertinente y artero virus chino.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión