Por
  • Javier Usoz

Saldrá adelante

NIños delante de un ordenador portátil.
'Saldrá adelante'.
Pixabay

No puedo evitar preguntarme qué marca le dejará a mi hijo de ocho años este confinamiento. Mis sensaciones oscilan. Al comienzo, advertido de que la cosa iba para largo, temí lo peor. Por eso, evocando la película ‘La vida es bella’ de Roberto Benigni, me hice a la idea de que en casa tendríamos que esforzarnos para mantener el ánimo del chiquillo. Y hete aquí que, hasta la fecha, tras dos semanas y media de encierro, está siendo al revés. Es él quien se guarda el miedo y nos anima.

Bien pensado, casi siempre ha sido así. Rotundamente, desde que, en torno a los tres años de edad, superó la fase de las rabietas. En los momentos delicados, desde la enfermedad de alguien, hasta la pérdida del rumbo en un viaje por carretera, o el retraso de un vuelo en un aeropuerto atestado, el chico normalmente ha reaccionado, como poco, dejando de molestar. De repente, se esfumaban la sed, el hambre, la incomodidad o el aburrimiento, dramas que solo reaparecían una vez que el problema grave había pasado.

Yo pensaba que este comportamiento era excepcional, pero me enteré de que es habitual. De hecho, en la actual crisis la chiquillería está contribuyendo a levantar el espíritu de su entorno confinado, con su alegría, su vitalidad y, sobre todo, con esa prodigiosa capacidad para volver a ilusionarse cada día. No puedo evitar preguntarme qué marca le dejará a mi hijo de ocho años este confinamiento. Y ello, pese a que todas las criaturas saben y sienten que algo va muy mal, lo que les provoca ansiedad, desvelos nocturnos y otros males. Así pues, aunque la generación de mi hijo va a pagar un alto precio por lo que está ocurriendo, estoy completamente convencido de que saldrá adelante.

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