Por
  • Nacho Escartín Lasierra

Más allá del apocalipsis

Las apuestas prometen dinero fácil, pero pueden ser la ruina de una generación.
'Más allá del apocalipsis'.
HERALDO

La ‘fracasomanía’ no va conmigo. ¡Ya vale de ‘capitanes a posteriori’ que ven tinieblas por todas partes, con discursos catasfrofistas que solo buscan la paja en el ojo ajeno, pero incapaces de hacer autocrítica! La realidad es que ninguna institución ni empresa estaba preparada para el coronavirus. Ni a nivel local ni autonómico ni estatal ni internacional. La mayoría de los dramas de estos días tienen que ver con una crisis estructural que venía de antes. En este artículo trazaré un puente entre nuestra vida antes y más allá de la pandemia.

Desde la Revolución Industrial y especialmente del franquismo a hoy, los marcos normativos y acuerdos internacionales, las políticas fiscales y reglas del juego económicas han beneficiado a las grandes empresas transnacionales. Opacos conglomerados multinacionales han traído desigualdades, deuda y precariedad, han limitado nuestra soberanía democrática y han definido nuestros consumos, trabajos, entorno, relaciones y viviendas, en un permanente conflicto con colectivos y sindicatos que defienden Derechos Humanos, empleo, casas dignas, medio ambiente, educación y sanidad pública, entre otros.

El ‘capitalismo de amiguetes’, ese compadreo entre élites económicas y ‘políticos giratorios’, ha favorecido una economía rescatada, que ha llenado las arcas de unos pocos, pero que un envite como el coronavirus desestabiliza y pone en riesgo la existencia de millones de personas. Los gigantes del capitalismo son incapaces de enfrentarse a una crisis como esta. Una vez más, el esfuerzo colectivo e institucional (¡gracias, sanidad pública!) es el que hace frente a las necesidades de la gente.

El Gobierno de Aragón y el de España hacen lo que pueden para ayudar a las personas, por encima de cualquier otro interés. Más allá de la pandemia, debemos impulsar políticas públicas que favorezcan la igualdad y la equidad en el acceso de servicios públicos elementales. No necesitamos inventar la rueda. Ya disponemos de leyes para dotar y poner en marcha. Para financiar mucho mejor la sanidad y la educación pública, la ciencia y la innovación, el transporte público y colectivo, la cultura, la defensa del medio ambiente o el desarrollo rural sostenible. Para poner a las personas en el centro, hemos de actuar con decisión, dejando atrás la cultura del pelotazo, la corrupción, las privatizaciones, el colonialismo, las recetas neoliberales y los paraísos fiscales. Para que todas las personas tengamos acceso a atención primaria, hospitales, escuelas, universidades, teatros, alimentación y transporte de calidad, necesitamos impuestos justos, para que quien más tiene ponga más. No hay otra.

Los restos de la industria del automóvil, las energías renovables centralizadas, la especulación inmobiliaria o el turismo estacional no nos sacarán de esta. Tampoco la automatización y digitalización de la economía nos traerá, ‘per se’, una sociedad más igualitaria. El acceso a internet y algunas tecnologías nos ayudará en muchas cosas, pero el negocio del ‘big data’ beneficiará a unos pocos en oligopolios aún más concentrados. Además, estas actividades dependen de recursos energéticos y mineros muy limitados, en un planeta que no da más de si. La economía basada en la acumulación de excedentes y la especulación está llegando a su fin. Los bienes comunes y los sectores estratégicos no pueden quedar en manos de unas pocas dinastías de familias adineradas y accionistas de mercados bursátiles.

Nuestra oportunidad es construir una sociedad diferente, desde un cambio en nuestras prácticas cotidianas y un esfuerzo colectivo en reforzar lazos comunitarios y redes de una economía que pone a las personas en el centro. Algo que estamos practicando estos días y que debemos profundizar. Hay numerosos proyectos que nos permiten vivir con más coherencia y sentido común: tiendas y mercados de barrio, autónomos y pymes, cooperativas agrarias y alimentarias, financiación ética, viviendas compartidas, autoconsumo de energías renovables, políticas de compras públicas responsables y mercados sociales. Atrevámonos a atisbar y disfrutar de formas de vida, de trabajo y de relaciones distintas de las que hasta ahora nos han impuesto.

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