Aprobado general
Perros con agujetas de tantas veces como los sacan sus dueños a la calle desde que empezó la cuarentena. Improvisados dj’s torturando a sus vecinos. Vecinos solidarios. Vecinos delatores. Reponedores de supermercado que al volver a casa son recibidos con la misma aprensión que si volvieran de Chernóbil. Héroes tranquilos y voces autorizadas frente a las enfáticas frivolidades de los creadores de opinión. Políticos en pañales. Familias unidas en la desgracia. Familias a las que la reclusión domiciliaria está abocando al desastre. Cansinas metáforas bélicas. Apocalípticos y conspiranoicos. Autónomos hundidos en la incertidumbre. Octogenarios que se pasan por el forro el confinamiento y van todas las mañanas al banco a actualizar la libreta. El volumen atronador del miedo. La economía y la libido por los suelos. Sanitarios y miembros de las fuerzas y los cuerpos de seguridad del Estado a los que, además de con aplausos, habría que recompensar con un incremento salarial. Las lecciones de templanza que nos están dando nuestros hijos y nuestros mayores.
Una sociedad epicúrea condenada, de golpe, al estoicismo. Los españoles creíamos que íbamos a torear al Covid-19 como si fuera una becerra, pero ha resultado ser peor que un miura. Nos conformaríamos con un aprobado general. Se tambalean las democracias liberales y los totalitarismos se reinventan y se rearman. Negra primavera de sirenas y campanas. Los memes ya no tienen gracia. Hasta la misma claridad del día se ha convertido en algo fantasmal. Se hace tan raro no ver ni una piragua en el Ebro.