Por
  • Carmen Herrando

Un escritor necesario

Fallece a los 89 años José Jiménez Lozano
José Jiménez Lozano.
Europa Press

Sus lectores nos hemos quedado huérfanos; se nos ha ido un escritor entrañable, un hombre bueno, divertido, irónico, infatigable, un grandísimo erudito, pero sobre todo una persona libre, muy libre, y un gran avisador, en tantos sentidos. Enseñaba como nadie la importancia de la libertad de un yo, en el sentido genuino de la palabra: no el detestable ego, que le parecía tan odioso como se lo parecía a Pascal, sino la dimensión de los adentros, nuestra persona interior, el yo profundo de vida amplia y dilatada donde, como solía recordar don José trayendo una expresión del ‘abbé’ de Saint-Cyran, no pueden reinar "ni chancelier, ni personne", es decir, ningún poder, nadie...

Como hombre libre, José Jiménez Lozano era gran defensor de la conciencia personal, y por eso denunciaba con ahínco las imposiciones de la corrección política o la ausencia de pensamiento en estos tiempos nuestros. Y también por eso admiraba a los jansenistas contemporáneos de Pascal, que cultivaban una religiosidad interior siguiendo a san Agustín, y de los que llegó a escribir que constituyeron el primer movimiento cívico de lucha contra el poder en Europa: el poder de la corte de Versalles, entonces, pero extensivo, desde luego, a cualquier poder, a cualquier dominio, a cualquier tiranía. Las monjas del monasterio de Port-Royal, centro espiritual del jansenismo del XVII, protagonizaron su primera novela, ‘Historia de un otoño’, donde destaca que lo más grande de aquellas mujeres dedicadas a la oración y al trabajo fue enfrentarse a los poderes de este mundo, no por el orgullo que se les suele atribuir siguiendo estereotipos muy faltos de verdad, sino "para atenerse a lo que su conciencia insobornable e imposible de atemorizar tenía por verdadero".

¡Cuánta libertad en esta escritura cultivadora del interior nos ha regalado el escritor y premio Cervantes de quien hacemos memoria! Pero don José se llamaba a sí mismo "escribidor" porque se veía como mero artesano del oficio de tejer y destejer palabras para "levantar vida" y decir verdad. "Es todo la lengua –escribe–. Si los hombres y mujeres de una narración viven, están ahí gracias a las palabras. Si la historia sucede, es gracias a las palabras. ¿Qué palabras y qué ordenación de las mismas son precisas para engendrar vida y acontecimiento? Las que, a su vez, son vida, acontecimiento en la realidad: solo esas. No las palabras de los diccionarios, ni las que uno quiere; pero tampoco las palabras vacías, huecas, relucientes, extrañas, pintorescas. Sólo las palabras esenciales que son reconocidas en su cantilenación de algún modo instintivo". Y así, desde el instinto del corazón, reconocemos sus lectores la vida alzada por las palabras verdaderas de este autor que, en esa vida que con ellas levantaba, nos ofreció muchas vidas pequeñas, casi insignificantes, de las que solía decir, hondamente convencido de ello, que llegan a sostener el mundo, la historia y el pensamiento: vidas de seres de desgracia, de inocentes, existencias anónimas a las que él pone nombre, y nos conmueven, y nos llevan a leer en lo sencillo, a descubrir el fulgor de lo pequeño.

Sobre el lenguaje y las palabras, hace Jiménez Lozano una lectura preciosa de la historia bíblica de la Torre de Babel: no es que Dios confundiera el lenguaje de aquellas gentes que pretendían alcanzar la morada divina construyendo una torre muy alta, sino que actuó con misericordia precisamente para evitar el ‘lenguaje único’ al que estaban abocados aquellos hombres, e impidió así que se instaurase ya entonces un lenguaje totalitario. Porque Dios había creado al ser humano para que fuera libre.

Jiménez Lozano fue también un gran maestro de nuestra historia, sobre la que da luz en momentos de memoria distorsionada: nuestra Edad Media, la influencia de Erasmo en el tan particular siglo XVI, los grandes escritores santos: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Fray Luis de León… Pero también Cervantes, Santayana, Azorín, Machado, Unamuno y tantos otros.

Mucha misericordia hay en esta escritura, y no menos esperanza. Andamos necesitados de las dos. Pero sobre todo de palabras y de historias que nos remuevan por dentro, que nos hieran y nos devuelvan a lo más humano, que es adonde nos lleva este gran escribidor a quien Dios tenga en su gloria.

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