Frenar el contagio para evitar el colapso

Un estudiante universitario en Madrid con mascarilla. Las clases se cierran mañana.
Un estudiante universitario en Madrid.
Efe / Juan Carlos Hidalgo

Si durante la crisis aprendimos un vocabulario económico de urgencia, con la prima de riesgo a la cabeza, la crisis del coronavirus nos ha convertido en virólogos aficionados. Como suele suceder, los expertos se acercan con mucha cautela a este nuevo y perturbador virus, que ha puesto al mundo literalmente patas arriba. El COVID-19, nacido en China, es hijo de la globalización y, paradójicamente, la ha puesto del revés: ha cerrado aulas, ciudades y países enteros. Ha suspendido ferias mundiales, presentaciones de libros, conciertos, viajes del Imserso... Ha despertado miedos ancestrales y ha barrido de las primeras páginas a la mesa de diálogo de Cataluña -menos mal que no, en las páginas de Heraldo, a la tractorada de protesta de ayer en Zaragoza-.

Todavía hay pocas cosas claras sobre el virus. De la calma del doctor Simón pasamos al gesto tenso del ministro de Sanidad admitiendo "un cambio a peor". Las medidas extraordinarias conmocionan, afectan a la vida cotidiana y a la economía (un gélido baño de realidad para el Gobierno). Pero hay un mensaje nítido: frenar los contagios con ese tipo de medidas parece la única manera de evitar que la sanidad quede colapsada. Sin alarmismos, pero también sin cerrar los ojos a una realidad complicada, es lo que nos toca asumir. 

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