La mutación del sabio

El ministro de Universidades, Manuel Castells, en el Senado.
El ministro de Universidades, Manuel Castells, en el Senado.
Emilio Naranjo / Efe

Manuel Castells Oliván (Hellín, 1942) es un académico de relevancia mundial. Comenzó pronto su ascenso como estudioso, ganando una beca Guggenheim en los años sesenta y desde entonces su mérito y su fama no dejaron, justificadamente, de aumentar. En el presente siglo, España lo ha distinguido con el premio nacional de su especialidad (Sociología y Ciencia Política, 2008) y la Universidad de Cambridge le otorgó su prestigioso doctorado honoris causa en 2017. Estas pocas menciones y saber que enseñó durante casi cinco lustros en el campus de Berkeley -la mejor de las universidades públicas de EE. UU.- bastan para aceptar sin reticencias su potencia creadora como científico. Dos asuntos de su rica biografía pueden interesar más a un lector español no especializado. Por una parte, su comprensión, descripción y conceptualización de la ‘sociedad informacional’. Del mismo modo que no se llama sociedad industrial a la que meramente posee industrias, sino a la que se conforma y adapta al hecho industrial como circunstancia que la estructura en sus principales niveles, la sociedad informacional descrita por Castells se ha convertido en un modo de entender lo que ocurre en el mundo en los últimos decenios. Por otro lado, sus últimos trabajos en Finlandia han subrayado ciertos interesantes porqués: en un país, pequeño demográficamente (menos de 6 millones de pobladores) y climáticamente áspero, la globalización no ha implicado un aumento de los desequilibrios entre los ricos y riquísimos y los pobretones y paupérrimos.

Izquierdista de pensamiento, con pose radical ahora menos embridada por vivir en España, y afín al PSC durante años, nacionalista, más federalista que separatista y que tacha a los jueces de franquistas, ha sido un punto de convergencia entre los podemitas de Colau y los socialistas de Iceta para integrarse en el Gobierno de España, aunque titular del menguado ministerio de Universidades.

De chico, pensaba yo que el ministro de Educación (Nacional) era el más educado y sabio de los españoles. Alguien me explicó por qué no tenía que ser forzosamente así y que era mucho más importante ser obediente al Generalísimo Franco y a su ideario.

Es lícito aplicar también hoy ese distingo. El sabio Castells ha mutado en el ministro Castells. Ha aceptado regir un departamento tan canijo que no pudo reprimirse el día de su toma de posesión, y lo hizo notar ante la prensa. Ello implica que ha aceptado vivir en subordinación política a un presidente (y cuatro vicepresidentes) del Consejo de Ministros. Ahí es nada, tener como superiores a Sánchez, Calvo e Iglesias.

Divide y medrarás

Hace no mucho existía un Ministerio de Educación y Ciencia. En junio de 2018 se le amputó el de Ciencia, Innovación y Universidades, encomendado al famoso astronauta (e ingeniero) Pedro Duque. Ahora nace el de Universidades, que, desgajado de Ciencia, no existe en Francia ni en Italia; Alemania une todos los niveles de enseñanza y la investigación en un solo marbete. ¿Por qué, pues, separar las universidades y la investigación, si tres cuartas partes de esta la llevan a cabo en España las universidades? Y, a mayor abundamiento, si muy gran parte de esas competencias ya no son desempeñadas por la Administración central ¿por qué no crear un Ministerio de Educación y Ciencia, con las oportunas secretarías de Estado? La causa de esta agobiante proliferación burocrática es sectaria: la alianza PSOE-Podemos requiere multiplicar ministerios para acallar voraces ambiciones. Es tan grosero y obvio lo que han pactado Sánchez e Iglesias (o al revés) que las quejas por el descoyuntamiento las inició el propio Castells. Los rectores universitarios, grupo habitualmente manso, también han dicho algo.

Los repúblicos de La Moncloa se han percatado: algo habrán de hacer para que no se note tanto a qué obedece la ocurrencia separatoria. En un gesto muy propio de su forma de entender el interés general, van a remediar este exceso burocrático con otro más: por decreto se ha creado un órgano coordinador entre el ministerio del astronauta y el del profesor. A partes iguales. No entrará, empero, el Ministerio de Educación y Etc., a pesar de que Castells tiene dicho lo que sigue (abril, 2015): "El gran problema de nuestro sistema de educación se sitúa en la secundaria. Los estudiantes que completan secundaria sin ir a la universidad son el 22%, la mitad del porcentaje de la OCDE. Lo cual tiene consecuencias tanto en la calidad de los universitarios como en la desigualdad social". Más razón para defender una gestión integrada, máxime cuando el país pide a voces una política de Estado para su enseñanza. Que no es lo mismo que una ley de educación: eso lo hace cualquiera y ya está en marcha la enésima, faltaría más.

Pero, no. El ministro Castells ha sustituido al sabio Castells y callará tan pesadas evidencias mientras siga en su sillón. Un sabroso plato de lentejas, eso es lo que hay.

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