Después de la globalización
Se está empezando a hablar de la posglobalización, que sería una nueva etapa de la evolución de la economía mundial que ahora estaríamos inaugurando. Después de cuatro décadas derribando barreras comerciales y construyendo una división global del trabajo, ahora tocaría regresar, en alguna medida, a un cierto nacionalismo económico, incluso al localismo. Y a la masiva deslocalización de empresas que hemos conocido le seguiría la relocalización, la vuelta a casa. Algunas compañías ya están manos a la obra. Hay quien ve razones objetivas para este cambio, como la transición ecológica, considerada inevitable, que aconsejaría potenciar la proximidad entre la producción y el consumo para reducir emisiones indeseables. Y es evidente que mucha gente está a disgusto con uno u otro aspecto de la globalización y, tenga o no razón, se considera damnificada por la misma. Eso se refleja en el ascenso electoral de partidos populistas y nacionalistas. De modo que la presidencia de Donald Trump no sería un accidente ni una aberración, sino el espíritu de los tiempos encarnado en un tuitero maleducado. A veces el genio de la historia gasta estas bromas pesadas. Quizás no se trate de una vuelta al pasado, sino de una corrección del rumbo en un proceso que ha sido capaz de crear una ingente riqueza pero también enormes contradicciones. Sin embargo, la nueva etapa tiene sus riesgos. Si el mercado global se fragmentase y fuésemos a un aumento sostenido de las barreras comerciales, las grandes potencias se verían impelidas a una nueva pugna por mantener esferas de influencia. Y ya sabemos que en el pasado, con frecuencia, esas disputas se han resuelto a cañonazos.