Por
  • Jesús Santamaría

Otra universidad es posible

Acto de apertura del curso universitario.
Acto de apertura del curso universitario.
Guillermo Mestre

El mundo cambia rápidamente a nuestro alrededor, lo comprobamos cada día con cierta sensación de vértigo. Por eso resulta tan llamativo que la universidad, una institución cuyo papel histórico la coloca en la vanguardia del progreso, proyecte con frecuencia en España la imagen de una institución conservadora de sus privilegios, resistente al cambio, endogámica.

La Universidad de Zaragoza no es una mala universidad, por supuesto que no. Nuestros estudiantes se gradúan, en general, con una buena formación y nuestra producción científica está algo por encima de la media española. En los rankings más importantes nos situamos entre los puestos 10º y 18º de las universidades españolas. Y hemos respirado con alivio al ver que en la última edición del ranking de Shanghái aparecemos entre las 500 mejores del mundo. Pero, ¿deberíamos estar satisfechos? Si nos analizamos con menos complacencia, veremos que estamos aún lejos de la universidad que podríamos llegar a ser.

Empecemos por lo básico: para avanzar, hay que saber hacia dónde. Necesitamos una reflexión estratégica para conocer nuestras fortalezas y debilidades, y planificar nuestras apuestas en investigación y en docencia. El último plan estratégico de la Universidad de Zaragoza se realizó en 2001, hace 19 años, toda una eternidad en un mundo tan cambiante. La falta de un plan es, en sí mismo, todo un síntoma: da la impresión de que vivimos cómodamente instalados en nuestro papel de única universidad pública de Aragón.

Tenemos encomendado el servicio público de la educación superior. Nuestros roles fundamentales son proporcionar la mejor formación posible a nuestros egresados y generar nuevo conocimiento. Es hora de preguntarse seriamente si estamos a la altura en el cumplimiento de esas obligaciones.

De los titulados que finalizaron sus estudios en España en 2014, el 27,7% no tenía empleo en 2018. Por si fuera poco, entre los universitarios con trabajo, el nivel de subempleo (ocupaciones que no requieren formación superior) supera el 37%. Datos como estos merecen una seria reflexión: ¿qué nos impide diseñar nuestros planes de estudio con la empleabilidad en el punto de mira? Un estudio riguroso de prospectiva permitiría identificar yacimientos de empleo y adaptar nuestra oferta de grados.

Mientras tanto, hay que aumentar la presencia de contenidos transversales altamente demandados, más allá de los propios de cada titulación: habilidades de comunicación, trabajo en equipo, idiomas, competencias digitales, gestión de la información, emprendimiento… Tampoco podemos ignorar que internet está irrumpiendo con fuerza en el contexto educativo. Tenemos ejemplos claros a la vista: los MOOC, cursos y carreras masivos online con más de 100 millones de alumnos en todo el mundo, o iniciativas como Coursera, de Google, con programas especializados que en muchos casos compiten con la oferta universitaria. Pero las universidades públicas españolas parecen reacias a lidiar en ese mundo, al igual que faltan programas específicos para el reciclaje de los profesionales, el famoso ‘lifelong learning’, cada día más imprescindible en un contexto en cambio permanente.

También ha llegado el momento de proclamar sin complejos que la investigación es parte esencial de nuestra actividad, y pieza clave del prestigio de la Universidad. La generación de conocimiento tiene un impacto directo en el progreso económico y social, y no podemos permitirnos una universidad en la que una fracción significativa de sus profesores no desarrolle investigación. Hay que ofrecer la posibilidad de reintegrarse a los profesores que se han alejado de ella, y ayudar especialmente a los que comienzan en esa senda.

Cambiar la universidad requiere el impulso de todos. Por eso es tan importante reconocer a los que se esfuerzan más: en docencia, en investigación, en administración y servicios a la comunidad universitaria. No tenemos por qué conformarnos. Es verdad que estamos financiados insuficientemente comparados con las universidades de la UE. Es verdad que la burocracia asfixiante nos lo pone difícil. Es verdad que tenemos una plantilla envejecida. Pero también es cierto que parte de la realidad descrita nos la hemos ganado a pulso, aceptando situaciones que –al menos en parte– está en nuestra mano cambiar. Proyecto Unizar está formado por miembros de la comunidad universitaria de todas las procedencias, ilusionados con la idea de conseguir un salto cualitativo en nuestra universidad.

Salgamos de la zona de confort. Otra universidad es posible. Claro que sí.

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