Si hubo un protagonista en la última gala de los Premios Óscar ese fue Bong Joon-ho, el director surcoreano de la película triunfadora: ‘Parásitos’. Se llevó cuatro galardones, entre ellos, el de mejor película. Se desenvolvió con absoluta soltura por la alfombra roja, entre las estrellas de Hollywood. Por allí, contestó sin pelos en la lengua a las preguntas de los periodistas, miró embelesado sus premios y jugó con las estatuillas como si fueran muñecos que se besan entre sí. Por ello, en los últimos días y tras el empujón del triunfo en la meca del cine, la película ha disparado la venta de entradas en las salas españolas.

‘Parásitos’ contiene los ingredientes adecuados para funcionar bien en pantalla. La primera capa de la película muestra una historia original, con giros de guion, intriga, toques de humor y algo de acción. Una mezcla atractiva en la búsqueda del entretenimiento. Sin embargo, la obra fílmica gana con su análisis en profundidad y nuevos visionados. Ya no solo hablamos del manejo técnico y visual sino también del uso de la simbología y el subtexto.

La clave es que el triunfo de ‘Parásitos’ resulta algo extremadamente positivo para derribar prejuicios. El disfrute de películas asiáticas, más allá de lo comercial y estadounidense, ha sido juzgado mediante ideas preconcebidas. La popularización y el triunfo de títulos como este debería ser la puerta de entrada a otra tipología de obras, generalmente catalogadas de marginales. Siempre es mejor disfrutar que prejuzgar.

Elena Capapé es profesora de la Universidad San Jorge