Y Cataluña fue una fiesta

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En los últimos años las manifestaciones en Cataluña han sido continuas.
Toni Albir / Efe

Todavía recuerdo cuando los problemas de los españoles eran los bajos salarios, el paro, la debilidad de los contratos, el precio de la luz, de la vivienda, la mala frecuencia del transporte público o la lista de espera de la sanidad. Eran tiempos en los que España no era la poderosa potencia económica en la que se ha convertido, al punto de aliviar la carencia de papel higiénico con billetes de 10 (que los de 20 tienen demasiado gramaje). Por aquel entonces, conste mi gran esfuerzo mental, recuerdo que incluso algunos quisieron vencer el miedo a la inseguridad, al futuro..., agitando las banderas para simplificar el problema: encontrar un motivo de unidad y un enemigo al que combatir. Para unos: España; para otros: Cataluña. De los primeros, el siempre dicharachero y acelerado Arturo Pérez-Reverte afirmó no tener opinión («Yo no soy catalán») e incluso sentir cierta envidia de ese caladero de jóvenes ‘indepes’ catalanes que, al menos, habían encontrado «un motivo» por el que luchar. Y fíjense que tenía razón. Nada hay mejor que poner a los problemas propios una excusa ajena para aliviar cierto sentimiento de culpa e ir por un camino de la solución a ninguna parte, pero vaya, al menos haciendo camino, paseando, entreteniendo la vista, haciendo hambre. Esa ha sido la Cataluña independentista de los últimos años, de la que no anda lejos la España de la bandera que no habla de un proyecto económico, sanitario o laboral para el país.

La diferencia es que la españolidad exacerbada de los últimos tiempos ha nacido y se nutre de una pelea electoral entre tres partidos de una derecha patria nunca antes tan fragmentada, mientras que la catalanidad nació haciendo piña contra España y, hasta cierto punto, barriendo las distancias ideológicas o partidistas. Y ahí va a estar el gran golpe para los separatistas que se creyeron este neocuento de la Cataluña libre y unida, ahora que se otea la guerra electoral entre la derecha y la izquierda separatistas catalanas. Con una gobernabilidad de España en medio, asistiremos a la pureza que se arrogará Junts per Catalunya por su ‘no’ a Sánchez, que acusará a ERC de traidores por su ‘sí’, mientras Rufián y compañía tratarán de sacar rédito como hombres de Estado. Y Cataluña será otra fiesta donde tampoco nada parecerá de verdad.

@juanmaefe

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