Por
  • Andrés García Inda

Estado de distracción

Opinión
Página en blanco.
Pixabay

Admiro a los buenos articulistas: su precisión, su claridad, su rigor y profundidad en el análisis; su habilidad para encontrar la categoría que se esconde en la anécdota y para mostrarla y provocar al lector envolviéndole en el lenguaje. Cuando lees un buen artículo tienes la sensación de que su autor sabía previamente todo lo que quería decir –sobre qué y cómo quería escribir– y que el discurso ha ido fluyendo en la pantalla del ordenador casi de un tirón, ya sea más o menos lentamente o ya sea a borbotones, según el estilo, pero como si fuera una buena conversación. Directamente o en espiral todo apunta a la idea fundamental del artículo, que se argumenta, se ilustra o se subraya con ejemplos y metáforas. Y el éxito del texto radica en su capacidad de enfocar y mantener la atención –la suya y la nuestra– hacia esa idea.

Yo trato de imitarlos, pero en cuanto tengo delante la página en blanco comienzan las dudas y las dificultades y aparecen las distracciones. Cuando uno no sabe bien qué decir –o cómo hacerlo– empieza a mirar alrededor y a dar vueltas (de Google a Twitter, pasando por la nevera, ¡ay, la nevera!) a ver si por casualidad surge alguna idea brillante, tratando de encontrar algo por ahí afuera sin el esfuerzo de pensar o trabajar por aquí adentro. Pero en realidad sabemos que la creatividad y el conocimiento riguroso no nacen de la inspiración ocasional, sino de la atención continuada y el estudio en profundidad. O como dicen que decía Picasso: si realmente existe la inspiración, solo va a encontrarte trabajando.

En mi caso además la cosa tiene delito, porque incluso me distraigo leyendo cosas sobre la atención y así, curioseando para no enfrentarme al deber de escribir este artículo, me he tropezado con el caso de un experimento de 2014 al que hace referencia Nir Eyal en su libro ‘Indistractable. How to control your attention and choose your life’. En el estudio en cuestión –publicado, como suele decirse para dar más empaque a la propia opinión, en la ‘prestigiosa’ revista Science– se pedía a los participantes en la investigación que se sentaran solos en una habitación vacía y pensaran durante quince minutos. Lo único que había en la sala era un dispositivo que permitía a quien lo deseara darse pequeñas pero dolorosas descargas eléctricas. De antemano todos los participantes dijeron que pagarían para no tener que sufrir tales descargas, pero cuando se encontraron en la habitación sin más compañía que la máquina y sin otra cosa que hacer, el 67 por ciento de los hombres y el 25 por ciento de las mujeres se provocaron descargas eléctricas a si mismos, muchos de ellos varias veces. "La gente prefiere hacer antes que pensar –concluía el artículo–, incluso cuando lo que hacen es algo tan desagradable que normalmente pagarían para evitarlo. A la mente no educada no le gusta estar sola consigo misma".

Dicho de otra forma: vivimos permanentemente en estado de distracción. Siempre estamos tratando de escapar del aburrimiento y la dificultad. Y por eso socialmente todo está dirigido a estimular nuestras sensaciones, distrayendo nuestra atención y bloqueando la capacidad de pensar. Todo debe ser entretenido y placentero, incluso aunque el placer venga derivado de una pequeña dosis de sufrimiento o de dolor (como una leve pero dolorosa electrocución). Se trata en suma de disfrutar con todo, y por eso todo acaba convertido en espectáculo o entretenimiento, desde la política hasta la educación –por no hablar de la educación política– que en su preocupación por disimular el esfuerzo que supone el aprendizaje, haciéndolo más divertido, acaba en ocasiones debilitanto la capacidad de atención que requiere dicho aprendizaje a lo largo de la vida.

Ya decía Pascal en sus ‘Pensamientos’ (núm. 414) que "la única cosa que nos consuela de nuestras miserias es la diversión. Y sin embargo es la mayor de nuestras miserias. Porque eso es lo que nos impide pensar en nosotros y lo que nos hace perdernos insensiblemente. Sin esto nos aburriríamos y ese aburrimiento nos empujaría a buscar un medio más efectivo de salir de él, pero la diversión nos distrae y nos hace llegar insensiblemente a la muerte".

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