Por
  • María Pilar Benítez

Ella

Ara
Las manos de una mujer mayor.
Aránzazu Navarro

He pasado los últimos años recuperando la memoria de mujeres que nos precedieron en el tiempo y fueron pioneras en ámbitos académicos o profesionales. Mientras, ella permanecía sentada, sin poder levantarse por sí misma y mirando sus manos agotadas, que ya no le permitían convertir unas manadas de mieses en una gavilla ni unas patatas en una tortilla ni un retal de tela en un vestido de tirantes. A veces le leía aquellas apasionantes biografías y entonces perdía la mirada más allá de la tarde y el cristal. Tal vez intentaba imaginar sus vidas a través de lo más parecido que ella conocía: las clases de corte y confección en Barcelona, según el sistema Martí, que pudo pagarse en la posguerra, fregando suelos de rodillas y con agua fría, lavando a mano canastas de ropas o cosiendo mangas en talleres de costura de aquella ciudad. Pero no le resultaba fácil hacerse una idea desde la realidad que vivió y pronto bajaba la cabeza sobre sus manos agotadas. 

Las mujeres cuyos retazos de vida intenté coser durante esos años fueron personas destacadas: Josefa Massanés, quizá la primera lexicógrafa del mundo hispánico; Áurea Javierre, la primera doctora aragonesa; María Moliner, la autora del mejor diccionario de la lengua castellana; Luzía Dueso, la primera escritora en aragonés moderno…

Ella fue mi madre, Trinidad Marco, y su vida fue imprescindible para mí. Ocurre que ella y otras muchas madres anónimas cosieron su punto final desde el mismo silencio con el que tejieron su existencia. 

María Pilar Benítez es profesora y escritora

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