Comenzamos un 2020 que tiene muchas posibilidades de convertirse en el quinto año perdido para la vida política española. Es cierto que, seguramente, en los próximos días veremos al fin la formación de un gobierno, después de un largo periodo de interinidad. Gobierno que, además, será el primer gabinete de coalición que aparece en la política nacional, una innovación que resultaba inevitable desde el momento en que los ciudadanos hemos fraccionado el espacio electoral haciendo imposible que ningún partido se aproxime siquiera a contar con la mayoría del Congreso. Pero ese gobierno ya naciente ni tiene visos de proporcionar estabilidad ni da la impresión de que pueda abordar fácilmente, generando suficiente consenso social, los graves problemas y desafíos a los que España tiene que hacer frente y que llevan cuatro años pendientes de encauzar. La presencia destacada de Podemos aporta en principio al Gobierno de Sánchez un componente radical que no es la mejor tarjeta de presentación para hacer reformas que vayan a ser bien acogidas por una mayoría de la sociedad y que, por tanto, puedan ser duraderas. Pero, además, la suma PSOE-Podemos tampoco alcanza la mayoría absoluta. Y las concesiones que, según parece, Sánchez ha hecho a los secesionistas para obtener su plácet en la investidura han ido demasiado lejos.