Un final de año delirante
Esquerra Republicana de Catalunya. Ni PP, ni PSOE, ni Cs, ni Podemos. El partido con más poder se llama ERC. Una formación con 869.934 votos que tiene como objetivo prioritario la ruptura de España va a decidir cuándo se suben las pensiones a 12 millones de personas, cuándo salen de la cárcel los secesionistas, cuánto dinero de la financiación autonómica tiene que ir directamente a Cataluña y, además, si habrá o no nuevas elecciones. La insistencia en coronar la cima del absurdo ha colocado a un grupo de secesionistas al frente de un país del que se quieren marchar, todo un despropósito digno de hilaridad si de ello no dependiera el futuro inmediato de todos los españoles. La pendiente pronunciada de un grupo de líderes nacionales con la visión política más deficiente de los últimos 40 años ha desembocado en una parálisis vergonzante, con un presidente en funciones incapaz de abrazar la lógica y con un cuestionable sentido de Estado. España cierra un año que certifica la enorme distancia que media entre los representantes y los representados, el divorcio que asoma entre unos ciudadanos que siguen sin comprender cómo las supuestas diferencias ideológicas bloquean hasta la extenuación un gobierno que ya ni se divisa en el arranque de enero. Alguien ya habla de maldición bíblica. No. Acaso ineptitud.