Testigo de ultratumba

Museo de Lerida. Piezas de procedencia aragonesa. / 24-08-2016 / FOTO: GUILLERMO MESTRE
Museo Diocesano de Lérida.
Guillermo Mestre

En los años veinte, el mosén encargado de poner algún orden en el naciente museo eclesiástico de Lérida explicó con llaneza el régimen de los bienes allí depositados.

En Albelda (Huesca), entonces diócesis de Lérida, se recuerda a mosén Joan Fusté. Gastaba genio vivo, hablaba alto y no sabía estar ocioso. De abolengo carlista y tradicionalista en todo, llevaba teja y manteo, le molestaban las comulgantes vestidas como novias y seguía a León XIII y su ‘catolicismo social’: por eso impulsó cooperativas, se metió a reformador agrario y tuvo pleitos por tal causa.

Ordenado en 1911, fue pronto a Monzón. Al curato albeldense llegó por oposición en 1930, pero tras pasar nueve años en el germinal museo diocesano (aún no se llamaba así) de Lérida. En 1936 hubo de huir de España para salvar la vida de la violenta cólera de los mismos que prendieron fuego al archivo de la histórica colegiata de Albelda, clones a su vez de quienes incendiaron el monasterio de Sijena. Regresó en 1938 y retomó su tarea en la villa oscense, donde murió el 23 de febrero de 1961. Supe del mosén en los sesenta, al visitar el poblado ilergete de Els Castellassos, que él había descubierto y excavado (de esas maneras). He revivido su recuerdo al leer una breve semblanza que le dedicó en 2011 Carlos Corbera.

Entre 1916 y 1925 dirigió el embrión del Museo de Lérida, donde se guardan tantas piezas aragonesas. Probablemente, muchas más que 111, pero de procedencia hoy indocumentable. Enseguida se verá por qué.

‘Derechos íntegros’

En agosto de 1920, Fusté escribía con llaneza: las piezas artísticas aragonesas se llevan a Lérida «reservándose el dominio las parroquias». Medio año después, en la misma revista diocesana, aseguraba: «Deben ingresar los objetos en el Museo, ya que nada pierden con ellos las parroquias, al mantener íntegros sus derechos».

Y en transparente castellano añadía: «Aunque se nos tilde de machacones, no importa; la conservación de nuestros tesoros, que nos revelan la espiritualidad de nuestros antepasados, bien vale incurrir en semejante defecto. Una vez más [se] precisa recordar que los objetos mal custodiados en ermitas, iglesias parroquiales o casas rectorales, siempre que no sean necesarios para el culto, deben ingresar en los Museos. Las parroquias nada pierden en ello, pues mantienen íntegros sus derechos y en cambio disminuyen grandemente las probabilidades de un robo. Medítenlo nuestros amigos», en alusión a los recelosos que, andando el tiempo, acabaron por desdicha teniendo razón.

Y en junio de 1921: «Si el (Museo del) Seminario fuese un comerciante, pidiéramos caudales para adquirir, regateando peseta tras peseta, lo que encierran desvanes y sacristías, desconocido en su justo valor religioso y patriótico por sus mismos custodios; pero está el Seminario en plano superior, y debe limitarse (...) a tender su mano de mendigo de los tesoros del arte», pinturas, tallas o telas. Aludía a los suspicaces: «La primera [dificultad] es la intromisión de los fieles, que se oponen a que salga de la población lo que, según ellos, es propiedad de la misma (...)». ¿Cómo borrar la oposición? Explicando «que no se regalan al Museo, sino que solamente se depositan para su mejor conservación, reservándose el dominio la parroquia»; y que, llegado el caso, «siempre podrán ser mejor vendidos guardándolos en el Seminario».

Borrando pistas

Ya entonces era obvio que los almacenes del museo leridano encerraban de todo y muy revuelto, según escribió Fusté en 1918 (traduzco): «En ningún museo, quizá, era tan difícil la catalogación como en el de Lérida. Descuidada con toda deliberación y sistemáticamente, aunque con un fin plausible, la anotación de la procedencia de las antigüedades para que nadie pudiera venir con inoportunas reclamaciones…» (en el catalán original: ‘per tal que ningú pugués vindre amb inoportunes reclamacions’). Así, de forma consciente, se procuró que fuera muy difícil «averiguar la procedencia (...)». En suma: las piezas aragonesas serán, en realidad, muchas más de 111. Solo que, desde el inicio, se borraron de intento las pistas. La franqueza aplastante de mosén Fusté es hoy un testigo de ultratumba. (Más detalles, reunidos con cuidado por Marisancho Menjón, en twitter.com/inde, de donde proceden las citas literales).

Coda psicoanalítica

Febrero de este año. Sala Ernest Lluch del Congreso de los Diputados. Preside Ana Pastor. Habla Alfonso Guerra: «La secesión de Cataluña es el más grave y acuciante de los problemas que tiene España. Si llamo a Puigdemont trastornado, ¿qué calificativo reservo para Torra? La negociación [con este] entra en el campo del psicoanálisis. ¿Nadie [por Sánchez] es capaz de comprender que está calcinando la democracia, al atender los requerimientos de un grupo de salteadores de la nación?». Javier Lambán aplaudía, sentado en primera fila. Como lo hubieran hecho millones de catalanes no separatistas, de haber tenido ocasión.

Feliz año 2020. Que viene bisiesto.

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