Por
  • Víctor Juan

Inocentes y santos

Opinión
'Mirar el mundo como si fuera la primera vez'.
Pixabay

Con los santos inocentes me ocurre lo mismo que con los librepensadores. Me conformaría con una de las dos cosas. O libre o pensador. Me bastaría así. Cualquiera de las dos condiciones por separado es mucho. Reunir en la misma persona los dos atributos, me parece imposible. Por eso, si pudiera elegir entre ser inocente o ser santo, preferiría ser inocente. Aunque no esté demasiado bien visto, un inocente es más creíble que un santo. Quizá porque la inocencia siempre nos resulta humana, frágil y vulnerable. Los santos no son de este mundo. ¿Quién entre nosotros está libre de culpa? ¿Quién ha alcanzado la perfección? Al escribir sobre inocencia, he recordado tres palabras de mi infancia en Caspe, y de la de David Serrano-Dolader, columnista en esta misma sección. David y yo sabemos que ‘Aule’, además de otros significados que ahora no vienen al caso, es la persona que se sorprende permanentemente, alguien a quien todo le parece siempre nuevo. También ‘Sisampo’ tiene que ver con la sencillez y la ingenuidad. Aunque no es raro que los aules y los sisampos sean, en realidad, ‘Milorchos’. Y como nadie quiere parecer mentecato o abobado, hacemos cada día cuanto está en nuestra mano para no ser ingenuos ni inocentes y para dar a entender que nada nos sorprende, que estamos de vuelta de todo, que vamos por delante de las nubes, que nadie nos la va a dar con queso porque ni nos hemos caído de un guindo ni nos chupamos el dedo. Sin embargo, es esencial mirar el mundo, cada día, como si fuera siempre la primera vez.

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