Por
  • José María Serrano Sanz

Parlamentarismo

Fachada del Congreso de los Diputados
La Constitución establece un régimen parlamentario.
HA

La Constitución de 1978, que hoy se celebra, estableció en España un régimen parlamentario, pero la práctica lo está desvirtuando de forma acelerada. En el parlamentarismo la figura del representante elegido es central, como lo son el diálogo o los debates entre ellos, que deberían alumbrar las decisiones. Esto tendría que provocar algunas sorpresas en las votaciones, si los diputados o senadores atendiesen a su propio criterio, en lugar de seguir férreamente las directrices del partido. Pero no hay tal. También el diálogo es cada vez más pobre y es porque resulta inútil por completo. Ya no se trata de convencer, sino de justificar un voto decidido a priori por el líder.

El complemento perfecto de esta sustitución de los representantes genuinos por los partidos es el hiperliderazgo dentro de estos. La malhadada moda de las primarias -propia de sistemas presidencialistas, no de los parlamentarios- está destruyendo las estructuras intermedias de los partidos y los equilibrios entre corrientes y sensibilidades internas y entregando todo el poder al vencedor. Solo falta que se generalicen ahora las ‘consultas a las bases’. Porque en este tiempo la construcción del liderazgo se apoya más en el gesto y la imagen que en el diálogo y los argumentos racionales. Estamos en el mundo del ‘tweet’, que es a menudo el mundo de la ocurrencia. También esto contribuye al desprestigio de la política. Malos tiempos para la razón.

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